Blog de Manuel Saravia

Racismo

Uno de los capítulos del libro de Michel Wieviorka titulado El racismo: una introducción, es especialmente interesante. Trata de “Las dificultades del antirracismo”. Y comenta que hubo un tiempo en que “existía una línea que separaba claramente a los racistas o a los antisemitas de los que pretendían combatirlos”. Pero desde hace algunas décadas ya no sucede tal cosa. “Y si bien no es difícil caracterizar el racismo patente, flagrante, hay que reconocer que el epíteto de racista solo vale sin ambigüedad para una parte de las conductas, discursos o personas a los que se aplica. Para los otros cabe el examen, el debate y la duda”.

Pues también se puede hablar del “nuevo racismo” (un término que se usa desde 1981), o del “racismo sutil”. O del “racismo institucional”, que sugiere que las formas contemporáneas del fenómeno se pueden, al menos parcialmente, desplegar desde abajo, atravesando las estructuras sociales sin necesidad de que exista una fuerte estructuración ideológica o doctrinaria”. E igualmente se habla del “racismo cultural”. Para que se dé este último “hace falta, entre otras cosas, (defender) la idea de que nacemos en una cultura, y no de que ésta se pueda adquirir; hace falta que la cultura sea concebida como un atributo que remite al pasado en común al cual algunos pertenecen, y otros no, sin que se pueda producir realmente un tránsito, sin que haya inclusión”. Y así para un racista un antillano no se convierte en inglés por haber nacido en Inglaterra. “Es ciudadano británico ante la ley, por su nacimiento, pero en realidad sigue siendo un antillano”, dijo un tal Enoch Powell. Eso es racismo.

Ciertamente el racismo ha mutado en las últimas décadas, y se presenta ahora “como una enfermedad senil de formas de vida que se descomponen”. En el actual paisaje social europeo suele construirse contra los inmigrantes y su descendencia. Y se desarrolla en función de dos lógicas. “La primera es la de los miembros del grupo dominante que sufren por el cambio” y la crisis; quienes experimentan una sensación de abandono y desamparo y se vuelven contra los inmigrantes. La segunda “corresponde a categorías sociales acomodadas (…) que tratan sobre todo de mantener la alteridad a distancia, construyendo las barreras simbólicas y concretas de la segregación: vivienda separada, escuela privada o mecanismos que eviten para sus hijos los recintos frecuentados por alumnos originarios de la inmigración”.

Pero algo extraordinariamente inquietante, entre lo que comenta Wieviorka, es que “en algunos casos los sindicatos y los partidos políticos de izquierda no resisten ese clima racista que se desarrolla y se vuelven más o menos permeables a temas que se vinculan con él”.


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