Blog de Manuel Saravia

República

Recreémonos, por una vez (y sin que sirva de precedente), con el juego de los acrósticos. Aunque de forma explícita, no vaya a ser que alguien no lo quiera ver.

R, ¿de revolución, de regeneración? También puede ser R de río. Podemos recoger (abusando) la imagen de Arguedas en Los ríos profundos y concebir la república como un gran río. “Debía ser como un gran río: cruzar la tierra, cortar las rocas, pasar indetenible y tranquilo entre bosques y montañas: y entrar en el mar, acompañado de un gran pueblo de aves que cantarían desde la altura (…). Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, con sus aguas vencedoras”. El río es un ser vivo, un caudal “portador de una conciencia social” (como dice Juana Martínez al analizar el texto), “una naturaleza humanizada que potencia la sensibilidad y la justicia”.

E de ética. De ética pública. Pues, como argumentaba Hannah Arendt (en La condición humana), uno de los grandes desafíos de la república es contar con ciudadanos y ciudadanas que, en el marco de la libertad, se responsabilicen por sustentar una ética pública que dé contenido y sustancia a los derechos e instituciones democráticas.

P de plural. La tradición republicanista es el federalismo. Frente a la idea de que solo hay una voz monolítica del pueblo soberano se alza una voz plural, muchas voces que deben poder expresarse. Y un poder que ha de tender a estar dividido, con contrapesos, siempre en un proceso de control y equilibrio.

U de utopía. Y ahora que acaba de fallecer Galeano: con la utopía, para poder caminar. Pero aplicando el “como sí”, que propone Amador Fernández-Savater: “Las ficciones son cosas serias. Los revolucionarios franceses del siglo XVIII decidieron ‘hacer como si’ ya no fuesen más súbditos del Antiguo Régimen, sino ciudadanos capaces de pensar y redactar una Constitución. Los proletarios del siglo XIX decidieron ‘hacer como si’ no fuesen las mulas de carga que la realidad les obligaba a ser, sino personas iguales a las demás, capaces de leer, escribir, hablar y autoorganizarse. Y cambiaron el mundo. La ficción es una fuerza material desde el momento en que creemos en ella y nos organizamos en consecuencia. Ya no indignarse, reaccionar o demandar, sino actuar como si la República del 99% fuese una realidad”. Lo que en otras ocasiones hemos llamado «negociar con las manos», negociar haciendo.

B de Borbón (mejor Borbón que barrer o botar). Y más concretamente: de “Borbones no”. Cuando Petit dice que “el republicanismo no es incompatible con la monarquía”, pues basta -según cree- con que “el Rey se someta a la ley y haya un Estado de Derecho”, me deja perplejo. No. En absoluto. La república es una “revolución política, es decir, la expulsión de la dinastía y la restauración de las libertades públicas” (discurso de Azaña en el Congreso del 13 de octubre de 1031).

L de leyes. El republicanismo se fundamenta en el imperio de la ley y en la igualdad ante la ley. Un Estado de Derecho que, mediante las leyes y la igualdad, frene cualquier posible abuso de los poderosos, e incluso de quienes ostenten el poder político. Más aún: frenar cualquier posible abuso de las mayorías frente a las minorías, garantizando los derechos de la última ciudadana.

I de intensidad. No es concebible la cultura republicana sin intensidad. Dice Tony Judt que la mayoría de los políticos actuales, “convencidos de que hay poco que puedan hacer, hacen poco. Lo mejor que puede decirse de ellos (…) es que no representan nada en particular: son políticos light”. Y sin embargo en el republicanismo no se puede admitir el papel de “consumidores de la vida política”. Hay que imaginar formas o razones para combinar distintos objetivos en un conjunto coherente que nos vincule con intensidad. Transmitir confianza, convicción, incluso entusiasmo

C de color. Y morado, para ser exactos. Una de las defensas más atractivas del proyecto republicano es la trilogía de Krzysztof Kieślowski, las tres películas de 1993-1994 tituladas, respectivamente, Azul, Blanco y Rojo. Aquí no sería tan fácil, pues el origen de los tres colores de la bandera republicana no se asocia con valores. Pero sí cabe hacer una defensa del morado, de lo que significó y lo que representa.

A de autogobierno. Y aquí hemos de seguir a Charles Taylor, quien piensa que la “tesis republicana” intenta mostrar que el sentimiento de dignidad que experimenta y reclama la ciudadanía está próxima al modelo de amplia participación. De lo que se deduce que no puede olvidarse el fomento del autogobierno participativo. Ir hacia una sociedad que promocione el autogobierno a través de la participación, “considerándolo un mínimo de la noción compartida de la vida buena”.


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