Blog de Manuel Saravia

Se rearma la intransigencia en Castilla y León

Ni un solo derecho más, muchos derechos menos. Eso es lo que ofrece el nuevo gobierno de Castilla y León, del que formará parte la extrema derecha. El pasado jueves se presentó el acuerdo de gobierno entre el PP y Vox con 11 ejes y 32 acciones. Que, aunque escuetas, vagas y en muchos casos crípticas, se sabe de dónde vienen y adónde quieren llegar.

Vox se creó para frenar o eliminar derechos, y devolver España a 1950. Aborrece el multiculturalismo, la mezcla, el mestizaje y la inmigración africana. Defiende el antisemitismo. Quiere suprimir los derechos LGTBI y las leyes sobre violencia machista, el aborto y la eutanasia. Rechaza la reinserción. Considera una estafa la Agenda 2030, el cambio climático y todo lo que se derive al luchar para frenarlo. En economía y servicios públicos es ultraliberal. Aborrece el feminismo, la memoria histórica y el lenguaje políticamente correcto. Nacionalista extremo, está contra Europa y las autonomías. Asume numerosas teorías conspiratorias. Su ideología dice ser, paradójicamente, contraria a las ideologías. Ridiculiza (paradójicamente) la política y la prensa libre. Muy agresivo. Mano dura. Estética militar. Extiende el odio. En resumen: es un inmenso no. Solo pérdidas de derechos y retroceso general en lo social.

Es obvio que Vox no va a entrar en el gobierno de Castilla y León para que nada cambie, por mucho que Mañueco (de forma un tanto patética) intente mantener esa tesis. ¿Cómo actuar en este nuevo contexto? Entiendo que conforme a estas cuatro normas. 1ª) No solo insistir en los avances sociales recientemente conseguidos, sino profundizar decididamente en todos ellos. 2ª) Defender la legislación vigente y creer en la ciencia, sin fraudes. 3ª) Defender lo público, pensando y escuchando para definir las políticas públicas a la última ciudadana, a quien se encuentra en la peor situación vital. 4ª) Actuar con sensatez. Frente a propuestas de máximos, extremas, trabajar con racionalidad, realismo y justicia para mejorar de manera efectiva la vida de la gente.

Nos encontramos en un momento de avances sociales indiscutibles. Pero no deberíamos olvidar que nunca se ha dado sin resistencia ningún avance en los derechos. Hirschman nos recordaba (en Retóricas de la intransigencia) lo sucedido en otras ocasiones. Para aceptar el sufragio universal, por ejemplo, hubo que superar toda un enorme resistencia cultural que veía a los trabajadores como «masas vociferantes llamadas “el pueblo”». Para asimilar el Estado del bienestar, incluso en sus formulaciones más incipientes (las leyes de pobres), fue preciso salvar una potentísima corriente de opinión que lo veía como la «promoción de la pereza». Y antes, la abolición de la esclavitud se hizo superando el «sentido común» que la justificaba, expresado brutalmente por Tomás de Mercado («es gente bárbara y salvaje y silvestre, y esto tiene anexo la barbaridad, bajeza y rusticidad cuando es grande, que unos a otros se tratan como bestias»).

La superación del racismo exigió ver la irracionalidad de la teoría que defendía la existencia de «una natural desigualdad» entre las diversas razas humanas, siendo unas superiores a las otras y teniendo además derecho a prevalecer sobre éstas. La abolición de la pena de muerte también recorrió un camino delicadísimo en el que la idea de que los asesinos merecen la muerte parecía lo natural. Y puede decirse, en general, que la implantación efectiva de los derechos humanos está aún muy lejos de su generalización (especialmente los de carácter económico y social; o los de nueva generación, como el derecho al medio ambiente) porque existe un potentísimo movimiento de reacción que se niega a reconocer derechos a un grupo de población al que vinculan pobreza y criminalidad (o dicho de otra forma: porque los pobres son culpables de su destino).

Pero el sufragio se hizo universal, y la esclavitud quedó fuera de la ley. Y se extendieron y afianzaron los derechos. Y pronto la intransigencia de Vox será solo un accidente más en el camino. Sin trascendencia. Porque son los derechos (y no las naciones ni las jerarquías) lo mejor de la civilización, lo que da sentido a la condición humana.

(Imagen: Abascal diciendo a García-Gallardo “que se le había puesto cara de vicepresidente”, en laopiniondezamora.es).

 


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