Hay dos maneras de felicitar el año que empieza. Una, deseando lo mejor. Otra, advirtiendo de lo peor. Por supuesto, son compatibles. Empecemos por la primera: feliz año, con los mejores deseos. Ya está. Vamos ahora con la segunda.
Explicaba hace algún tiempo Jacques Attali, el notable economista francés, el impresionante éxito de la película Titanic (esa parábola de la soberbia humana estampada contra un iceberg). Para él se debía, fundamentalmente, a la profunda identificación de los espectadores con su propia y desventurada situación actual. “El Titanic somos nosotros, nuestra sociedad triunfalista, autocomplaciente, orgullosa, ciega, hipocrítica, despiadada con los pobres; una sociedad en la que todo está previsto salvo los medios para prever (…). Todos suponemos que hay un iceberg ahí, esperándonos, oculto en alguna parte del brumoso futuro, contra el que chocaremos para después irnos a pique mientras la música siga sonando”. Vaya con Attali. Viva el optimismo.
Pero lo explica un poco más. Pues –seguía-, como en el mar de Terranova, no hay un solo iceberg al acecho, sino varios. Ahí está el iceberg financiero de la desenfrenada especulación monetaria, las desmesuradas ganancias y las acciones desvergonzadamente sobrevaluadas. También hemos de contar con el iceberg nuclear, con cerca de treinta países enmarañados en él, capaces de lanzar un ataque. El iceberg ecológico, con el dióxido de carbono y la temperatura global descontroladas, y tantas instalaciones nucleares como bombas. Y, por último, el iceberg social, con tres mil millones de hombres y mujeres que se harán prescindibles –carentes de función económica- durante el lapso de vida de la generación actual. El artículo de Attali es antiguo; pero creo que en lo esencial (en su brutalidad) sigue vigente. La diferencia entre estos icebergs y el que hundió al Titanic, cuando choquen contra nuestro barco –continuaba-, es que “no habrá nadie allí para filmar el acontecimiento o para escribir versos”. Nada. El silencio.
Todos estos icebergs (nos dice ahora Bauman, al comentarlo) “y tal vez otros que por el momento ni siquiera podemos nombrar, flotan fuera de las aguas territoriales de cualquier electorado de los grandes del mundo; no es raro, entonces, que la gente a cargo del control político se muestre plácida o poco alarmada por la magnitud del peligro”. El ensimismamiento es, a medio plazo, el mayor peligro.
Quizá haya quien piense que nuestra tranquilidad podría estar en que, en lugar de la Wallace Hartley Band (con su director reconociendo a los músicos, poco antes de ahogarse todos: “Caballeros, ha sido un honor tocar con ustedes esta noche”); en lugar de esa orquesta, digo, sería mejor que quien nos amenizase el viaje fuese Silvia Pérez Cruz & Javier Colina Trío, interpretando “La tarde” (ese espectacular son cubano de Sindo Garay). Susurrándonos dulcemente: “Las penas que me maltratan son tantas que se atropellan; y como de matarme tratan se agolpan unas a otras, y por eso no me matan”. Que se agolpen y aturullen penas, riesgos y desgracias; que se amontonen icebergs y tormentas, a ver si unos a otros se neutralizan y podemos seguir este viaje, esquivando peligros, a no se sabe dónde (pero en primera clase, faltaría más). Buena travesía. Y feliz año.
(Imagen: Silvia Pérez Cruz y Javier Colina, procedente de https://www.teatrofernangomez.es).