Blog de Manuel Saravia

El mundo en la puerta del frigorífico

Vamos al paisaje de la cocina, por favor. “En las puertas del frigorífico, junto a las recetas médicas y los dibujos de los niños, se van acumulando imágenes de las ciudades visitadas por la familia, por los amigos… Son las nuevas postales que hablan, igual que las de hace tiempo, de la aspiración única de coleccionar el mundo”. La vuelta al mundo en 80 imanes, que nos acompañan cálidamente en el día a día. Están muy bien. Pero hay quien recela de esos frutos del turismo más que de los productos caducados del interior del refrigerador.

En un durísimo alegato contra las formas actuales de turismo, entendido “como una actividad neocolonial”, Estrella de Diego (Rincones de postales. Turismo y hospitalidad, Madrid, 2014) nos entrega una sugestiva proposición (que hay que leer con todas las cautelas, y que necesita, obviamente, todo un proceso de elaboración y maduración): “Quizás la propuesta que se puede plantear contra ese turismo de masas absurdo y poco consciente de la otredad y el entorno y, por tanto, caldo de cultivo para hostilidades y malentendidos, es un viaje que tenga como punto de partida y llegada la hospitalidad, entendida no solo como acto de dar, sino de recibir”. Pues, lógicamente, “para que el anfitrión ofrezca ese don –en la hospitalidad extrema, compartir la cotidianidad-, hay que estar dispuesto a recibirlo, a abdicar de las propias aspiraciones y pretensiones”.

De ahí que De Diego continúe: “¿Se puede llegar a Pisa y no ver la torre inclinada? Sí. O mejor aún: tal vez se puede pasar por Pisa y darse de bruces con la torre inclinada y sentir esa emoción difícil de explicar –una mezcla de emociones- que se sintió al visitar por primera vez un lugar que luego, con el tiempo, sería nuestra casa”. Pero no es fácil replantear los viajes. ¿Cómo resolver el dilema del turismo, del turista, si la hospitalidad a menudo falla por las dos partes, cuando “todos optan por mantenerse a salvo, alejarse del borde y la transgresión que implica la hospitalidad y sus renuncias”? El ecoturismo no lo soluciona –sigue la autora-, pues no se trataría solo de respetar al otro (sea el que llega o el que recibe), sino de “dejar que nos contamine y estar dispuesto a contaminarle”. Por tanto, volvemos a preguntarnos: ¿cómo viajar de otro modo?

La autora no tiene (aún) una respuesta completa. Solo la “consciencia de hallarse frente a una eterna pregunta, un debate abierto en el cual no hay un único final, sino un camino, sencillamente, como voluntad de recorrerlo”. Porque quedarse en casa no nos vale. Tanto es así que el libro concluye con esta estremecedora cita de Beckett: “¿Qué significa quedarse en casa? Una lenta disolución”. Sí: definitivamente tenemos que dar una vuelta (un nuevo tour) al turismo, para evitar disolvernos en el hogar o licuarnos en el parque temático del mundo.

(La imagen es de la Torre inclinada de Pisa, Wikimedia Commons; y la música, Con te partirò, interpretada por el pisano Andrea Bocelli).

 


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