Blog de Manuel Saravia

El pecho de los desafinados

Este post tiene tres partes. La primera, con Borges. Al parecer, para este autor, Valery era “un hombre muy inteligente sin ningún don para la literatura”. Beckett “es un imbécil”. “En este país nadie escribió tan mal como Valle-Inclán o Miró”. Ni hablar de Oliverio Girondo, Roberto Arlt, Aragon, Eluard, Supervielle, Breton o Pound. Qué desastre. De Faulkner decía esto: “En cada libro acentúa sus defectos”. Tampoco le gustaban las novelas de Henry James ni las de Thomas Mann. Los cuentos de Joyce “son muy bobos”. “La suerte de Shelley es que esa gente de la calle, que no sabe nada de literatura, le reconoce como un poeta”. “Los poemas de Montale parecen borradores de poemas”. El mito de Fausto “es idiota”, y Goethe era “un redomado estúpido”. Tennessee Williams o Henry Miller: “inmundicias”. Octavio Paz no estaba “libre de fealdades y estupidez”. Terrible también (sin entrar en detalles) la valoración de Baudelaire u Ortega. “Nunca leí nada bueno de Saint-John Perse”. Quizá no tenga nada que ver. Pero Borges nunca fue un demócrata. Y confesó con toda franqueza: “Yo soy racista”. Subrayándolo: “Limpiaría los Estados Unidos de negros y si se descuidan me correría hasta Brasil”. Precioso. Juan Malpartida, de quien recojo estas perlas, le considera “una mente caprichosa y mezquina en tantas de sus opiniones”.

La segunda, con Hughes. Madre mía, cómo nos exigimos los unos a los otros. Borges era un precursor. Ahora todos somos Borges. ¿Cómo hemos llegado a esto? La crítica es indispensable, lo sabemos. Pero no necesariamente la hipercrítica universal. Nos exigimos lo que atisbamos que quizá pudiera ser exigible, aun sin estar muy seguros de tener razón. También lo que no sabemos. E, incluso, lo que de ningún modo deberíamos reclamar. En ocasiones sin ningún apoyo científico, ni técnico, ni de ningún orden. Simplemente porque es nuestra opinión, formada con cuatro datos, más o menos ciertos. Pero da igual: la exigencia es el lema. Todos son idiotas menos yo. Nadie hace lo que debe. Nadie sabe lo que hace. En 2006 se editó un libro titulado La cultura de la queja (Robert Hughes, Barcelona, Anagrama). Y aunque también es fácil poner verde al autor y al mismo libro (que no decaiga), qué razón tenía. La queja es nuestra vida. Nuestro aliento. Qué bien iría todo si cada uno de nosotros se encargase de todo.

La tercera, con Antonio Carlos Jobim. Quien en 1958 publicó la canción titulada “Desafinado”. Y la verdad es que estaba muy bien. “Solo los privilegiados tienen un oído como el tuyo, yo solo tengo el que Dios me dio”. Pero, por favor, te lo suplico, recuerda que “que los desafinados también tienen corazón”. Que “en el pecho de los desafinados, late, callado…, que en el pecho de los desafinados también late un corazón”. Ya sé: solo es bossa nova. Pero, por favor, aflojemos un poco. Aunque solo sea en honor de la bossa nova.

(Imagen de Antonio Carlos Jobim, autor de la canción, en el video de João Gilberto).


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