En Islandia late ahora mismo el espíritu revolucionario. Su negativa, el plante de los ciudadanos ante los poderes económicos internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario), a los que se niegan a pagar la deuda, tiene algunos signos de lo revolucionario. Sostiene Fernando Colina, en un más que sugerente artículo de El Norte de Castilla de hoy (titulado precisamente “Revolución”), que si Kant tenía razón, y la señal identificativa de los movimientos revolucionarios es “el entusiasmo con que participan, no tanto los protagonistas directos de la revolución, sino los espectadores del acontecimiento”, entonces en Islandia estamos asistiendo a una revolución.
Porque, efectivamente, lo que esa negativa suscita en quienes observamos desde fuera, su resistencia ante los odiosos bancos y fondos internacionales, es un sentido entusiasmo que nace “del ‘ideal’, de lo moral puro, del derecho que no está contaminado por el egoísmo y el interés”. Una emoción y una admiración ante ese pequeño país que parece llevar, repito, la marca de lo revolucionario: “La idea de que el pueblo diga basta y descalabre el Banco Mundial, reduzca a cenizas el Fondo Monetario Internacional, se plante a la puerta de los bancos y no ceje hasta que los Mercados confiesen sus trampas, entreguen a sus dirigentes y se sometan obligatoriamente al control de los ciudadanos, es algo ardiente y apoteósico, un sueño que nos permitiría volver a creer en nuestra condición de hombres libres, dignos y dueños de su destino”.
(Imagen: Vista de Reykjavík desde la torre de Hallgrímskirkja, procedente de commons.wikimedia.org)