Blog de Manuel Saravia

Valladolid será

Intervención en el Polideportivo Rondilla del 6 de mayo de 2011

Trabajamos por una ciudad mejor y proponemos una serie de medidas a corto plazo, para realizar en los próximos 4 años. Pero esas medidas sólo adquieren todo su sentido en un contexto más amplio, en un tiempo más largo. ¿Cómo será la ciudad de Valladolid dentro de 8, 10 ó 15 años, si se aplican las propuestas de IU? (Insisto: atisbando ese camino adquiere más sentido lo que proponemos para los próximos cuatro años).

Si se cuenta con los votos necesarios para poner en práctica los cambios, la ciudad será (o al menos así lo intentamos) más igualitaria, más participativa, más diversa, menos violenta, más solidaria, más cooperativa y cosmopolita, más vanguardista, más abierta. ¿Podemos concretar algo más?

(Observe el lector que en la descripción que sigue pueden reconocerse fácilmente los rasgos propios de la izquierda, y especialmente los de las políticas de IU. Y advierta, incluso, que podría señalarse algún grupo de ellos para cada política concreta: el laicismo en la cultura, el igualitarismo en lo social, la sensatez en la economía, la ecología en el urbanismo y la participación (es decir: la valoración de la autonomía personal, la libertad, la responsabilidad) en la organización municipal.

Veamos cómo quedaría Valladolid en los 5 apartados básicos de la política municipal.

Cómo será la economía de Valladolid. Al contemplar la vida municipal dentro de 15-20 años, algún espectador poco atento podría decir que la economía de la ciudad no parecía radicalmente distinta de la actual. Y sin embargo los cambios habían sido de gran calado. La ciudad destinaba entonces a la política social y al cuidado, mantenimiento y mejora de lo que tenía (es decir: al mantenimiento) la mayor parte de su presupuesto, mientras que las actuaciones urbanas espectaculares eran excepcionales, y sólo se abordaban cuando estaban muy claramente justificadas.

Para entonces se había conseguido fijar una base estable de ingresos, se dedicaba una parte mucho más importante de los gastos a política social y otra mucho menor que la actual al urbanismo. Los recursos municipales estaban mucho mejor explotados (la austeridad era su signo), y se ponían a disposición de las necesidades urbanas (se había hecho normal aplicar sacar partido de las edificaciones existentes y crear nuevos equipos mediante reorganización interna).

El mayor mantenimiento y el menor endeudamiento se tomaban como signos de sostenibilidad (respetando lo que se hizo en el pasado y sin cargar en exceso a las generaciones futuras). Se trabajaba, no lo olvidemos, por la innovación y se había desarrollado (hasta un límite adecuado, que aún no sabemos fijar) el teletrabajo.

Pero además se había creado una potentísima “Constelación Verde” de pequeñas empresas, sobre todo en los barrios de la corona urbana. Por eso a corto plazo, ahora, nos habríamos de centrar en el tema social prioritario: incentivar el empleo y poner en marcha ese amplio parque empresarial, sobre toda la ciudad. Pero subrayando la orientación social de la propuesta.

Cómo será entonces la política social de Valladolid. A plazo medio, en unos 8-10 años, se habían regularizado y perfeccionado ya los protocolos necesarios, y establecido las formas de actuar precisas para garantizar todos los derechos a todos los ciudadanos y ciudadanas. Lo cual implicaba, lógicamente, destinar a política social un porcentaje del presupuesto municipal mucho más elevado que el actual.

Pero también se había tomado conciencia de que el tema de nuestro tiempo no está aquí, sino en las inmensas barriadas de los países pobres (y se actuaba en consecuencia: los contactos con algunas de esas ciudades eran intensos y frecuentes, y la partida destinada a cooperación al desarrollo había subido enormemente: y ambos asuntos eran fuente de orgullo).

Se había conseguido aumentar la autoestima y lograr una “centralidad” equitativa de los distintos grupos urbanos (los jóvenes, los mayores, todos los grupos necesitados de solidaridad social). Los trabajos realizados en los primeros años para facilitar la emancipación de los jóvenes habían surtido efecto. Se respetaban mejor los derechos de las minorías. Y las mujeres habían conseguido, finalmente, la igualdad real, no sólo nominal.

Los centros de día, las escuelas infantiles y los demás equipamientos sociales cubrían la demanda, porque se consideraban preferentes sobre cualquier otra cosa. Se habían abierto nuevos espacios y domesticado nuevos tiempos (la conquista de la noche, que era moneda común, también era motivo de satisfacción). El Ayuntamiento garantizaba, si el Estado no lo hacía (o no lo hacía suficientemente) una renta básica adecuada.

Y era llamativo, por comparación con otras ciudades españolas, el tamaño de la plantilla municipal de empleados sociales: educadores, asistentes, en los Ceas, en la ayuda a la dependencia, en todos los ámbitos de acción social, el número de empleos públicos de este sector había crecido muy significativamente (1.200 empleos en los primeros 4 años), y había alcanzado cotas semejantes a las de las ciudades del norte de Europa.

Cómo será Valladolid en cultura. ¿Cómo pensamos la cultura de la ciudad dentro de un par de décadas, si IU gobierna o condiciona el gobierno municipal? No haya duda: para entonces se habrían vuelto a poner en juego los valores de la solidaridad y fraternidad. Acompañados, además, de otros dos: la libertad en la creación y el gusto por lo diverso (la mayor parte de la gente sabría vivir a gusto en un entorno que nunca la representaría por completo: esa es la mezcla).

Primarían los signos del deporte no competitivo frente a la omnipresente promoción de la competencia que posiblemente seguiría llegando desde otros medios, se aprovecharía con gusto lo que se tiene (se habría consolidado el interés por lo existente, frente a la avalancha histérica de la novedad permanente), se habría consolidado la empatía con el lugar, se habrían plantado acacias en los patios colegiales para recordar que estamos en un solo mundo.

Los centros cívicos habrían recuperado su lugar central como centros y como cívicos (serían de nuevo lugares vitales, esenciales, como también la calle, nuevamente espacio crítico y crucial de la vida urbana). Sería una ciudad no violenta, cortés, amable. Una ciudad de andar, donde lo pequeño habría vuelto a ser hermoso. Y se viviría una clara y profunda sensación de apertura. Se habría multiplicado el acceso a internet en todas las edades, al idioma franco (el inglés) y a otras lenguas escogidas (poniendo énfasis en la pluralidad), a la vanguardia.

Y todo ello en marcha desde que se propuso, en 2011, recomponer el relato común de la fraternidad. Solidaridad para poder llegar a ese futuro descrito. Empezando por las 52 micropolíticas culturales que llevarían a todos los barrios, a lo largo de las 52 semanas del año, propuestas de distinto formato pero idéntico tema: la fraternidad. Por cierto: la gente consideraba la incorporación de esos valores a la vida urbana como un verdadero monumento (patrimonio inmaterial), como un signo de ciudad mucho más importante que la mejor catedral o la más alta torre.

Cómo será el urbanismo de Valladolid. A plazo medio vemos una ciudad en rehabilitación permanente (como el tapiz de Penélope), en busca (permanente) de la buena forma, amable y justa. Una rehabilitación masiva que se había iniciado en 2011 por los barrios del este y el norte (15.000 viviendas cada 4 años), convirtiéndose en unos buenos “ecobarrios”. Una ciudad que habría abandonado ya, casi definitivamente, la pulsión del crecimiento.

Todo el mundo tendía vivienda, sin duda, porque el Ayuntamiento se encargaba de garantizar que ese derecho se cumpliese. El Parque público de viviendas de alquiler, ya amplio, cubría las necesidades (lo componían cerca de 2.000 viviendas). La ciudad estaba permanentemente reequilibrada, y en Pilarica y otros barrios del este y del norte se habían instalado los principales centros dotacionales nuevos. Porque (se decía en 2011) había llegado la hora de los barrios. Y efectivamente, desde esa fecha las cosas cambiaron muy significativamente.

El principio de precaución se aplicaba sin pausa: prácticamente no había antenas cerca de las casas y los espacios sensibles y las emisiones electromagnéticas se habían reducido. Para entonces el soterramiento, por supuesto, ya se había concluido, y sobre las vías corría un hermoso paseo arbolado. Se había conseguido dar la vuelta a la movilidad urbana, el transporte público (mucho más abundante) era tan eficiente como los autobuses de Berlín. Y las bicis y los peatones habían tomado la ciudad (parecía Amsterdam, realmente). Los coches (mucho menos numerosos) pasaban casi inadvertidos. Y todo estaba lleno de árboles por todas partes (idílico, pero ciertamente fácil de alcanzar).

Se había formado una entidad para gobernar conjuntamente el alfoz, que nunca llegó a constituirse como área metropolitana: era parte de nuestro orgullo no ser área metropolitana. El arte público era muy interesante, porque se estimulaba la investigación formal. La mezcla estaba presente en casi todo. Y la diversidad. El paisaje cuidado de las pequeñas cosas nos acompañaba en cualquier barrio (los llamaban microparques), los “señores del suelo” estaban (nadie lo dude) completamente controlados.

Las minorías tenían sitio y expresión, las plazas eran ciertamente acogedoras. Y lo que llamábamos “Constelación Verde” (un numerosísimo conjunto de espacios y edificios blancos cubiertos de vegetación, que albergaban un sistema de pequeñas empresas) era un nuevo motivo de orgullo.

Cómo será el funcionamiento institucional de Valladolid. A plazo medio, la corporación, cuya organización no difería formalmente demasiado de la actual (aunque sería mucho más participativa, garantizando institucionalmente esa participación), dedicaba muchos más esfuerzos a conocer la situación de los más débiles de su territorio. Se hacía un esfuerzo de coordinación para acercar la ciudad mucho más a las realidades de mayor orden.

Se apoyaba decididamente, y en todos los ámbitos, la participación. Los consejos (de barrio, temáticos, el de ciudad) estaban bien estructurados y eran efectivos. Cualquiera que estuviera interesado, sean cuales fueren sus circunstancias, podía participar activamente. Todas las asociaciones de la sociedad civil encontraban una buena (y sistemática) acogida. Y las decisiones públicas estarán mucho más argumentadas (sin trampa).

Los servicios de seguridad se fundaban, paradójicamente, en la no violencia: prefiriendo la seguridad natural, la amabilidad en el trato. Y desde luego se había eliminado cualquier signo de autoritarismo, y cualquier rasgo de las nuevas servidumbres (el nuevo feudalismo), hoy tan implantadas. El estilo era mucho más tranquilo. No había (casi) corrupción, porque se valoraba la ética pública, y sobre todo porque se habían establecido mecanismos para hacerla (casi) imposible.

¿Cómo era, en ese panorama, la vida de la última ciudadana? Algunos de los vecinos que ahora se encuentran en mejor posición habían retrocedido. Otros muchos, que ahora están mal, consiguieron mejorar notablemente. Pero todos, del primero al último, vivían con unos ingresos suficientes y garantizados, en una vivienda adecuada, desarrollaban una actividad reconocida, participaban en la vida pública y en la cultura.

El Ayuntamiento estaba controlado mayoritariamente por mujeres. Se había roto el techo de cristal y la ciudad estaba regida por una alcaldesa. Y en algunos bancos de la calle, es cierto (los asientos más protegidos de la intemperie), es posible que prefiriesen dormir también algunos hombres y mujeres: la ciudad no era perfecta. Pero ni en ese caso se encontraban solos. Porque la vida urbana era acogedora, esencialmente justa, amable.

Esta es la ciudad, de dentro de 8, 10 ó 15 años, por la que trabajamos.

(Foto: MS)


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