Blog de Manuel Saravia

Belleza

La belleza es equilibrio, perfección formal, estabilidad. Da a quien la percibe “un feliz sentimiento de felicidad” (Tournier). Se entiende bien si se compara con lo sublime, que celebra la grandeza de las montañas, los cielos y los mares. Un jardín es bello, una tormenta es sublime. Lo bello es finito, lo sublime infinito. Lo bello armonioso, lo sublime un torbellino. En Valladolid la belleza se encuentra, por ejemplo, en fragmentos construidos (el claustro de San Gregorio, sin ir más lejos). Lo sublime en la curva del río que se aleja, en el valle que se abre, en el cielo de verano o en los páramos… ¿infinitos? Quizá también en algunas ruinas.

Todos los intentos por reconstruir las ciudades a imagen y semejanza de un patrón de belleza han resultado fallidos (y de ahí a la melancolía que les continúa) o derivado en masacres arquitectónicas. Y lo peor es que con frecuencia se ha actuado conforme a modelos triviales. Además, los patrones cambian (“Tú te mueves, belleza”, que dijo Pino) más deprisa que la acción urbanística. Y por si fuera poco, se superponen en el imaginario colectivo numerosos modelos de lo bello (a veces tantos como grupos sociales), frecuentemente incompatibles. Hay a quien le repugnan algunos estilos que otros defienden a capa y espada.

En consecuencia, un programa de belleza para la ciudad democrática debería tener, para empezar y según creo, humildad en los objetivos. (Recuerdo el “Barcelona, ponte guapa”: una denominación, para empezar, modesta). Procurar llevar adelante algunas propuestas que quien deba decidir las considere bellas. Pero promover también saber estar a gusto, moderadamente a gusto, con otras actuaciones que no sean “de tu gusto”.

De manera que una ciudad democrática será difícil que resulte, en esas condiciones, a cada uno nunca bella por completo. Ni falta que hace. Será bella solo en algunos tramos o destellos. Lo cual parece coherente, al fin y al cabo, con esa felicidad a que aludía Tournier más arriba al definir la belleza. Una felicidad que, como todos sabemos, solo nos es dada de forma intermitente… y con cicatería.


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