A pesar de que el miedo es el tema de nuestro tiempo (y quizá también de todos los demás), no suele debatirse sobre él en el ámbito municipal. Y sin embargo, hay competencias propias sobre seguridad en los ayuntamientos. Sabemos, como señaló Erich Fromm, que muchos miedos son, en último término, miedo a la libertad. Por eso nos gustan tanto las metáforas contrapuestas del crustáceo y el vertebrado. Porque si frente a las agresiones externas hay seres vivos que eligen la coraza, otros prefieren la ligereza. Unos deciden ser duros por fuera (y blandos por dentro), con una protección que les aísla; pero otros disponen un esqueleto interno (lo duro por dentro), aumentando su movilidad, aunque suponga también una mayor vulnerabilidad externa.
En fin: preferimos ser caballo que centollo. Frente al desarrollo de pétreas murallas exteriores con personas blandas dentro de ellas; frente a unas formas sociales y urbanas que tienden a configurar “individuos inseguros, aislados y pusilánimes, perdidos ante el universo de la libertad”, preferimos impulsar los valores cívicos (internos, obviamente), como la entereza. Es decir: la fortaleza de ánimo. Frente a la ilusoria expectativa de una seguridad acomplejada, preferimos una seguridad “que solamente la libertad puede dar”. Frente a la seguridad como mercancía apoyamos la seguridad como bien común. Frente a la ciudad como gran crustáceo, o las “comunidades cerradas” (gated communities) como pequeñas nécoras, creadas desde la “política del miedo cotidiano” de las comunidades ricas, nos inclinamos por romper el miedo y establecer una “seguridad natural” (Jacobs) compartida.
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