La palabra está muy bien. Un lugar donde yacen las cosas, debajo de la superficie, o el propio conjunto de esas mismas cosas yacentes. Procede de la palabra latina “jacere”: “estar echado”. Porque la masa mineral o las cosas de los yacimientos efectivamente están dormidas. En la Edad Media también se usaba yacer como “permanecer”. Y yacimiento como “lecho, cama o cosa en que se está echado” (Corominas-Pascual). Y así “adyacente” era “estar echado al lado”.
En cualquier caso la idea de yacimiento es siempre positiva. Bien como riqueza mineral o bien como patrimonio cultural (arqueológico). Incluso es así cuando se utiliza como alusión a ámbitos económicos en los que se considera que pronto habrá demanda de empleo. Son los yacimientos de empleo; una expresión que se empieza a utilizar por Martine Aubry en 1998.
Pues bien: creo que podría hablarse también de algunos yacimientos que lo sean en varios sentidos a la vez. De manera que podría entenderse que en ellos las cosas duermen doblemente, pero también que la riqueza es igualmente doble. Por ejemplo, con la idea del turismo como iceberg. Es decir, que lo que emerge, lo que se ve y explota turísticamente es solo una mínima parte de lo que existe debajo de la superficie, de lo que yace a la espera de que se organice su explotación.
Hay por tanto sectores económicos que se pueden basar en cualidades casi ocultas, o incluso, literalmente, en los mismísimos yacimientos arqueológicos. Son yacimientos de empleo fundados en los yacimientos de valores turísticos, que a su vez, al menos parcialmente, se podrían fundamentar (con unos cimientos que también descansan en el subsuelo) en yacimientos arqueológicos. Construyendo, por ejemplo y para empezar, un gran parque arqueológico desde el Soto de Medinilla hasta la Villa del Prado, pasando por el entorno de la Antigua. «El yacimiento de Valladolid». Lo dicho: un yacimiento al cuadrado. O al cubo.