Por mucha música que le pongamos, por muchas terrazas, mucho viaje, mucho sol, mucha sombra, mucha agua… el verano siempre nos arrasa. El tiempo del acabamiento no es el invierno, ni mucho menos el otoño. Es el maldito verano. Donde si no te cosechan inmisericordes, te agostas solo. Es sabido que todo el mundo llora a finales de agosto. Y sin embargo…
Lo cierto es que me imagino bien el fin del mundo… cuando todo se acabe. Y llegará en verano. No sé cómo, pero en la nada, en el espacio vacío… un poco más tarde lloverá, se refrescará la atmósfera (ya, ya, no habrá atmósfera ni espacio ni nada, pero esa nada se refrescará de alguna forma). Y saldrá el sol (no habrá sol, pero saldrá). Y probablemente todo empiece otra vez.
Y seguramente volverá a haber “vasos de vino blanco / dejados en la hierba, cerca de la piscina, / calor bajo los árboles. Y voces / que gritan nombres”. De nuevo se acabará el verano, y es posible que todo empiece, finalmente, una vez más.
(La imagen: Blue summer skies by Perbear42. Los versos: Gil de Biedma).