Blog de Manuel Saravia

El viajero subterráneo

Viajar bajo tierra no es buena idea, créanme. Nos lo cuenta Marc Augé en su librito titulado precisamente El viajero subterráneo. En su capítulo central, “Soledades”, da cuenta de cómo, cuando las ventanas van a negro, “cada cual vive su vida”, y cómo esa vida misma de cada uno es la de “la soledad sin el aislamiento”. Sí, en efecto: “soledad, ésta sería sin duda la palabra clave de la descripción que podría intentar hacer un observador exterior del fenómeno social” del tren subterráneo.

Es cierto que todas esas soledades “cambian con las horas. El tren más conmovedor y quizás el más tranquilo es el tren de la mañanita”. La “concentración de multitudes solitarias” cambia, realmente, con el paso del tiempo. Y ahí destacan “aquellos (mayoría en efecto silenciosa) que no hacen nada, que solo esperan, con los rostros aparentemente imperturbables en los cuales el observador atento (…) puede sin embargo sorprender a veces el paso de una emoción, de una preocupación o un recuerdo, cuya razón u objeto se le escaparán siempre”. Es este lugar en que “la imaginación novelesca se complace en interpretar la sonrisa fugaz que un rostro de mujer pareció dirigir a algún interlocutor interior”. Allí la soledad se encuentra “definitivamente encerrada en sí misma”.

Buff. El subterráneo impide el espectáculo del tren –para los de fuera- “y de la febrilidad humana” –para los viajeros-. No solo es imposible ver pasar el tren desde las calles, al que en algún caso “levantarían el brazo para saludarlo, como hacen todavía los niños a veces, cuando pasa un tren”. Con ese gesto “sorprendente y natural, sorprendente de tan natural, gesto de la hospitalidad que no ha tenido tiempo de proponérselo, sociabilidad pura”. También impide a los que desde el interior del tren, cuando va aéreo, “gozar del espectáculo” y ver “desfilar la intimidad parcelada de las vidas privadas parisienses”.

Cuando se inauguró el tren en Valladolid se quiso construir un arco para darle, cada día, la bienvenida. Una construcción de ladrillo que le saludaba desde lejos (qué bueno, qué bonito, el viejo trazado del tren, con sus dos largas rectas, su curva y su contracurva, que nos permite ver cómo llega desde lejos, y cómo se va después hacia el mar –todos los trenes acaban yendo al mar-, empequeñeciéndose). Un arco que aplaudía su llegada y lloraba su partida. ¿Serían posibles tales celebraciones llegando desde un negro túnel o desapareciendo en él?

(Imagen procedente de http://www.rosafrou.com/2015/11/la-gente-perfecta.html. Sobre el tema puede escucharse también esta vieja canción de Charles Trenet en que se dice: “Milagro en Javel: se ve cómo el tren sale de su túnel”. Ahí está).

 


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