Qué libro tan bonito. La Historia del mundo en 12 mapas, de Jerry Brotton (Sabadell, 2014; original de 2012), nos cuenta, efectivamente, la historia de los logros y las ruinas, de los deseos y penalidades, injusticias, querencias, luchas, miedos, avances de todo tipo que nos legan algunos de los mapas fundamentales de la civilización. Desde la Geografía de Ptolomeo hasta el Google Earth intenta escudriñar cuál es el “ojo de la historia” que ilumina cada uno de tales dibujos. Al recrear las circunstancias en que se realizaron el autor cree ver que en cada caso hay “una visión única del mundo” que lo domina. Por eso los caracteriza con una palabra. En Ptolomeo será “ciencia”. Para Al-Idrisi, “intercambio”. El mapamundi de Hereford se resume en “religión”. El de Diego Ribero, “globalismo”. El de Mercator, “tolerancia”. El de Joan Blaeu, “dinero”. “Nación” el de Cassini, “Igualdad” el de Peters. E “información” el de Google Earth.
Está claro que cuando se hacen estas síntesis tan categóricas es fácil ser criticado. ¿Realmente la palabra “información” es lo que caracteriza a la imagen de Google? No sé. Pero, aun con todas las dudas que se quiera, el libro es muy atractivo; porque relaciona esos objetivos con los procesos de creación, la financiación y los encargos de cada uno de los mapas, con la evolución técnica que los posibilita e incluso (ésta es la parte más curiosa) con la propia biografía de los autores.
Cuenta, por ejemplo, la historia de Gerardo Mercator, perseguido por sus ideas religiosas por Carlos V, que nunca viajó más allá de un radio de 200 km de su pueblo natal a orillas del Escalda y que, sin embargo, ofreció a los navegantes con la proyección cartográfica que ideó “un método revolucionario de navegación marítima por toda la superficie de la Tierra” de enorme aplicación a lo largo de los siglos. O las vicisitudes de la familia de cartógrafos Cassini (al menos cuatro generaciones), cuyas técnicas tan ambiciosas como imperfectas tuvieron un papel en la formación de una conciencia nacional francesa claramente definida.
Expone la influencia decisiva del tristemente célebre mapita de Mackinder titulado “Las sedes naturales del poder” (1904), origen de la moderna geopolítica imperialista, de enorme impacto en el pensamiento político del siglo XX. Allí se mostraba cómo la cartografía podía verse “secuestrada” por ideologías imperialistas totalmente alejadas de cualquier objetividad científica e imparcialidad. Todavía en 1994 Kissinger se refería al “centro geopolítico” que había definido el académico inglés (que no era otro que el “área pivote” formada por Rusia y Asia central). Porque (decían) “mientras que hace solo medio siglo los hombres de Estado jugaban en unas cuantas casillas de un tablero de ajedrez donde el resto estaban libres, en la actualidad el mundo es un tablero de ajedrez cerrado, y cada movimiento del hombre de Estado debe tener en cuenta todas las casillas que hay en él”.
Y qué comentar del mapa de Peters (de 1973). Presentado en rueda de prensa ante 350 periodistas internacionales, se anunció como la representación del “mundo real”, donde los continentes del norte se reducían drásticamente de tamaño frente a los del sur. Más allá de la controversia científica suscitada (las críticas técnicas por su pretendida mayor “exactitud” fueron durísimas y unánimes… y lo siguen siendo), lo cierto es que el éxito mediático fue enorme… y lo sigue siendo. Sin embargo algunos autores, como J. B. Harley (en varios artículos de la última década del pasado siglo, como el titulado “La deconstrucción del mapa”), defendía su impacto al alentar “un cambio epistemológico en el modo en que interpretamos la naturaleza de la cartografía”. Pues los mapas que podríamos llamar convencionales “incorporan convenciones históricas y presiones sociales que producen lo que él denominaba una geometría subliminal”.
No es casualidad que el mapa de Peters se presentase solo seis meses después de que el 7 de diciembre de 1972 los tres astronautas del Apolo 17 tomaran una serie de fotografías de la Tierra con una cámara de mano a 33.500 km de la superficie. Una de esas fotos se convirtió en una de las imágenes más icónicas del planeta Tierra. “Un mundo azul flotando en el oscuro abismo del espacio vacío e inhóspito” que impulsó las ideas ecologistas o filosóficas sobre la aldea global o la hipótesis de Gaia.
La pregunta es: ¿Cómo habría de ser un mapa para el Valladolid de hoy que resultase útil para medir y prevenir, para calcular, para buscar referencias, para establecer buenas geometrías… pero también para representar la idea de ciudad en que se sienta aludida la mayoría de la población? ¿Cómo esquivar todo lo que ya nos viene de fuera predeterminado (los mapas de infraestructuras, los “ejes atlánticos”, tantos mapas temáticos cargados de intención)? No va a ser fácil. Hay problemas técnicos importantes, y también presupuestarios. Pero no deberíamos darnos por vencidos demasiado pronto.
3 comentarios