Blog de Manuel Saravia

La ciudad entre los modos de reconocimiento

Las teorías (o “la teoría”) de Alex Honneth son muy sugerentes. Especialmente la que se refiere al “reconocimiento”. Visto desde una perspectiva de negaciones, la integridad de las personas, sus derechos y su libertad, implica la ausencia (la negación) de cualquier humillación, desposesión de derechos o sentimiento de exclusión social. Y diferencia tres esferas, dentro de la sociedad burguesa, con sus tres formas o modos de reconocimiento. La primera, la de las relaciones primarias con su reconocimiento de necesidades “en forma de amor y apoyo emocional”. Es decir, la propia de la familia, aun entendiendo como tal lo que se quiera entender. La segunda es el Estado, que reconoce a todos sus ciudadanos como iguales y declara sus derechos. La tercera, “la sociedad civil, y muy específicamente en el mercado laboral, los individuos deben ser reconocidos por sus capacidades, contribuciones y méritos individuales”. Una forma, esta última, “que podemos enunciar como solidaridad”.

Pues bien, en un reciente trabajo de Francesc J. Hernández y Benno Herzog (profesores de sociología de la Universidad de Valencia), titulado Estética del reconocimiento (Valencia, PUV, 2015) se considera que “las artes y manifestaciones culturales pueden ser analizadas para desentrañar las formas actuales del desprecio y patologías del reconocimiento”. Pues “a menudo a los individuos se les obstaculiza el camino para reclamar públicamente su reconocimiento”. Y “es ahí, en este silenciamiento, donde las artes y producciones estéticas pueden ofrecer caminos alternativos de comunicación del sufrimiento”. Está muy bien el libro y son, en mi opinión, especialmente útiles los tres capítulos dirigidos a analizar “el modo de reconocimiento del amor” (a través del análisis de obras de arte diversas de Rembrandt, Kafka, Beckett o Lauzon); “el modo de reconocimiento del derecho” (donde repasa las canciones de Bob Dylan y las aportaciones del fotoperiodismo); y “el modo de reconocimiento de la solidaridad”.

Este último capítulo tiene un apartado sobre la ciudad. Se comenta que es imprescindible para la autoestima de los sujetos que sean reconocidos por sus cualidades y capacidades. Pues lo contrario “sería la deshonra, la injuria o ataques contra la dignidad”. Ya que aunque las personas así despreciadas “se puedan saber amadas por sus seres queridos y protegidas por la ley como iguales, no pueden desarrollar una imagen positiva de sus cualidades, de su valor social”. Los autores analizan, como en otros capítulos, la manera en que ciertas obras de arte sirven para desplegar la crítica social y poner luz sobre algunas “formas de desprecio”. Concretamente se centra en la obras de Offenbach, Kiarostami, los PHD Comics… y “la ciudad”.

Este apartado urbanístico, que resulta estimulante, debe considerarse en mi opinión como unos apuntes iniciales de lo que podría ser un trabajo mucho más amplio que permita a la ciudad “convertirse en una fuerza de inclusión (…) cuyo equivalente sociológico se podría definir con el concepto de solidaridad”. Para ello repasan (de forma sumaria) el concepto de los “terceros espacios” de Oldenburg; y la aplicación urbanística del concepto de “cronotopo” que sugiere Muntanyola. Unas aportaciones muy interesantes, que deberán desarrollarse bajo esa perspectiva de la “estética del reconocimiento” que resulta, en mi opinión, profundamente estimulante como línea de trabajo.


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