Con esa denominación, “mapa fantasma”, Steven Berlin Johnson se refiere al que dibujó John Snow en 1854 (en realidad fueron varios; pues él mismo fue haciendo versiones corregidas o mejoradas del original). En la imagen que mostramos se puede ver dónde se localizaban los casos de muerte por cólera en la epidemia de Londres del mismo año. Los puntos indican dónde fallecieron. Y las aspas dónde se encontraban las bombas o fuentes de agua de beber. La historia es conocida, y el propio Johnson la relata con detalle y entusiasmo detectivesco en el libro del mismo título (El mapa fantasma. La epidemia que cambió la ciencia, las ciudades y el mundo moderno), que acaba de publicarse en castellano (Madrid, Capitán Swing), si bien el original es del año 2006. El libro es interesante. Da gusto ver cómo en cada momento toma partido el autor por los distintos personajes que aparecen. Tiene clarísimo quiénes son los buenos y los malos, aunque siempre quiere dejar muy claro, por encima de todo, lo inteligente que es él mismo. Pero querría comentar tres cosas.
1ª. Contar ahora historias de epidemias produce un sentimiento ambivalente, en el que se mezcla el optimismo (porque se acaban resolviendo) y la rabia (al saber finalmente lo fácil que era todo, aunque en su momento dominaban, lógicamente, el desconcierto, la angustia y la muerte). No sé si la pandemia en que estamos hoy podrá verse más adelante como una ecuación sencilla. Pero compartimos de lleno la desorientación y el trastorno, el desconsuelo y la congoja de aquellos londinenses que veían, en medio de un acalorado debate científico, morir rápidamente a cientos de personas en unas pocas manzanas en torno a Golden Square.
2ª. El uso de los mapas. Snow combinó diferentes disciplinas y escalas de investigación. Examinó muestras de agua bajo un microscopio. Visitó todas las viviendas afectadas. Estudió las estadísticas semanales sobre la muerte por cólera en todo Londres, buscando patrones geográficos. Y finalmente, dibujó un mapa, el “mapa fantasma” del título, que mostraba la correlación entre los casos de cólera y la distancia a pie del surtidor (contaminada con materia fecal) de Broad Street. Con unos códigos visuales cada vez más sencillos, el mapa fue enormemente convincente.
3ª. El epílogo. Forzado, pero impactante. “En cuestión de meses, podrían morir millones de individuos. Algunos expertos sostienen la inminencia de una pandemia de la magnitud de 1918”. Habla de “temer la interconexión genética entre el H5N1 y el virus de la gripe humana”. De las posibles mutaciones aleatorias en el ADN del H5N1 (la gripe aviar). Del “grado de letalidad que puede tener una mutación transgénica”. Y remata: “En caso de darse ese escenario, la amenaza de pandemia acabaría venciéndose con un tipo de mapa diferente, no con mapas sobre las vidas y las muertes de una calle urbana, o sobre los brotes de gripe aviar, sino con mapas de nucleótidos envueltos en una doble hélice”. Insisto: todo esto se escribió en 2006.
Este epílogo ha sido muy criticado. Es verdad: no venía a cuento. Chris Metcalfe no entendía “una sección final desconcertante que intenta aplicar el trabajo de John Snow a una larga lista de problemas contemporáneos”. Pero, la verdad, al leerlo ahora, en agosto de 2020, no resulta fácil mantener indiferencia hacia aquellas consideraciones.
(Imagen: Variante del mapa original del Dr. John Snow, 1854. Procedente de Wikipedia).
La historia
https://es.wikipedia.org/wiki/John_Snow
Chris Metcalfe
https://academic.oup.com/ije/article/36/4/935/670554