Blog de Manuel Saravia

No lugar

La definición del no-lugar que acuñó Marc Augé en 1992 hizo fortuna. Lo describía por oposición a la idea de lugar, relacionada ésta con “la identidad, lo relacional y lo histórico”. Los no-lugares, por el contrario, serían aquellos espacios “que no pueden definirse ni como espacios de identidad ni como relacionales ni como históricos”. Vale. Los ejemplos solían repetirse. Una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado son las imágenes prototípicas de esos nuevos espacios “propios de la sobremodernidad”. Los lugares se supone que tienen densidad cultural, mientras que los no-lugares son espacios sin consistencia, efímeros y provisionales, que “sólo pueden producir relaciones efímeras y provisionales”. Unos hablarían de relaciones sociales y los otros aludirían a la soledad.

No lo veo claro. Pues otro francés, Lipovestky, ya advertía por aquellas fechas, al estudiar el “imperio de lo efímero”, sobre lo mucho que se parecen unos centros históricos a otros, o las grandes similitudes que se observan, por ejemplo, entre unos y otros museos. Espacios que también se pasan por encima en ese turismo depredador de símbolos. Y otros autores (como Koolhaas) hablaban de que lo que se construía en el urbanismo de los 90 no era más que una “ciudad genérica”: ¿La ciudad contemporánea –se preguntaba- es como el aeropuerto contemporáneo –‘todos iguales’?”. En fin; que más bien parece que la diferenciación entre lugar y no-lugar podría ser más útil para cualificar los espacios que para clasificarlos.

Además hay otra noción del no-lugar que algunos historiadores han utilizado y es radicalmente distinta. Zumthor (me refiero a él) considera como “no lugares” de los siglos XII y XIII las llanuras deshabitadas, las landas, los espacios “saturados de peligros, poblados de fuerzas hostiles”. Lo eran también las montañas, los desiertos, los “espacios extraños”. Incluso el bosque cerrado: “El bosque es el ‘no lugar’ del bandido, del caballero felón, del siervo rebelde, de todos los fuera de la ley” (La medida del mundo).

Por tanto, si queremos construir lugares acogedores quizá tengamos que volver a mirar a los clásicos. A Christian Norberg-Schulz, para empezar: “La identidad humana presupone la identidad del lugar”. Y, aún más atrás, a J. Wolfgang Goethe, para concluir: “Campo, bosque y jardín eran para mí sólo un espacio, / hasta que tú, amada mía, lo transformaste en un lugar”. Ahí está.


Dejar un comentario