Blog de Manuel Saravia

Nada que no sospecháramos

Tenemos una idea del funcionamiento del mundo, de lo que significan los grandes mercados y su proceder, construida a partir de informaciones dispersas. Pero cuando podemos leer estudios completos y sistemáticos como el de Javier Blas y Jack Farchy, El mundo está en venta. La cara oculta del negocio de las materias primas (Península, 2022), que han dedicado los últimos 20 años a informar sobre el modo de actuar de los operadores de ese mercado y su inmenso poder, no queda sino confirmar lo que sospechábamos. Estábamos en lo cierto.

Las materias primas, los recursos naturales, son la base del consumo mundial. Y su tráfico, que en su mayor parte está en manos de unas pocas empresas “comercializadoras” o “distribuidoras independientes”, las ha convertido en poderosísimos actores políticos. Ocultos, escondidos (“las materias que transportan a menudo se encuentran en alta mar, más allá de las regulaciones nacionales; las operaciones se realizan a través de empresas pantalla, en paraísos fiscales”). Hasta hace bien poco han actuado en las sombras (han hecho siempre todo lo posible por evitar revelar cualquier dato), estableciendo precios, al margen de cualquier regulación, casi sin pagar impuestos, maniobrando en medio de la corrupción más absoluta (donde han podido: nunca en Japón o Chile, muy fácil en el resto de Sudamérica o en China), saltando embargos (“los embargos se aplicaban mal”), amasando inmensas fortunas. Desde la 2ª guerra mundial hasta hoy, en los últimos 75 años, una generación de “buscavidas” (hombres siempre, blancos siempre) y las empresas que dirigían, en conexión directa con buena parte de los líderes mundiales y jefes de estado de los países con recursos, han dominado los mercados del petróleo, los metales, la agricultura, el carbón y las demás materias primas, con un papel esencial en la economía global.

En el libro se pone como ejemplo el papel crítico que jugó Vitol en la guerra de Libia de 2011, o el comportamiento de Glencore en la crisis del coronavirus. El relato de esas últimas siete décadas es extensísimo. Y se indican algunos cambios por venir en este comercio. El primero, la “democratización de la información”. Durante décadas las comercializadoras de materias primas tenían informaciones privilegiadas (“la información era el recurso más valioso”), que ahora es mucho más accesible a todos. El segundo, que la liberalización del comercio global ha empezado a revertirse: no solo la vuelta de los aranceles en algunos lugares, sino también la fragmentación que se está produciendo (por ejemplo, porque “a los consumidores les importa cada vez más la trazabilidad y el origen ético de los productos, ya sea una tableta de chocolate de comercio justo o un móvil fabricado con minerales que provengan de zonas en conflicto”). El tercero, el derivado de los compromisos por el cambio climático. El mundo está empezando a dar la espalda al petróleo y el gas; y aunque hemos visto la incipiente vuelta del carbón, será coyuntural. Y así, la sustitución de los coches de gasolina por eléctricos “está provocando una enorme expansión de los mercados de cobalto, litio y níquel, que se utilizan para fabricar baterías”. Y por último, los comerciantes de materias primas se han acabado convirtiendo en víctimas de su propio éxito. Son tan enormes las ganancias que han empezado a competir con ellos grandes compañías estatales. Un ejemplo, las agencias estatales chinas de agricultura, metales o petróleo. Está cambiando el panorama, por tanto. “Toda una filosofía sobre el comercio está en riesgo de extinción”. Y no creo que lloremos por ello.

(Imagen: una noticia sobre Vitol en lexlatin.com, 2021).


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