Para el alumno, la clase tiene dos polos esenciales: la maestra y la ventana. De la primera se habla habitualmente, pues en ella (o en él) converge de alguna forma la vida del aula. Pero a la ventana no suele dársele la importancia que tiene, a pesar de desempeñar un papel crítico, que ya se reflejaba en algunos viejos textos de arquitectura escolar.
Me gusta recordar, especialmente por su tono, la exquisita “Instrucción técnico-higiénica relativa a la construcción de Escuelas” de 1905. Tiene cosas preciosas, en un programa que expresa un innegable afecto por la labor educativa. Fíjense; habla, por ejemplo, de la necesidad de que haya en los lavabos “paños o toallas, siempre blancos, que se renovarán diariamente”. Pero lo que más me ha llamado la atención es una de las recomendaciones del capítulo “VI. Clases”. Tras describir cómo han de ser estos espacios, su forma, su cubicación, qué tono han de tener las cortinas, etc., leemos: “Como regla general debe procurarse que de cualquier punto de la habitación pueda el alumno, estando sentado, dirigir la vista a la correspondiente ventana lateral y contemplar el cielo”. Y contemplar el cielo. ¿No es esto cordialidad con los alumnos? ¿No es reconocer la necesidad, cada cierto tiempo, como si fuese la respiración misma, de desconectar y de soñar?
María José no es natural de Valladolid, pero se ha hecho a ella más que nadie. “Quiero a Valladolid dos veces. La quiero porque es la ciudad en la que vivo y trabajo. Pero también por todo lo que no es y puede llegar a ser. Doble dosis de cariño”. Es profesora de educación de personas adultas en una serie de barrios de la ciudad. Ha dedicado la mayor parte de su vida a favorecer la inclusión y mejorar la capacitación de las personas para su desarrollo social, personal y laboral. Sabe escuchar, respeta los saberes de sus alumnos, es generosa. Sus tres palabras (las repite una y otra vez) son ilusión, corazón y cariño.
Pero sobre todo es responsable. Y sabe que en la educación de adultos aquellos polos de la atención en clase cambian radicalmente de signo. Para niños y niñas lo que les cuentan los profesores es la vida, y tras la ventana (en las nubes mismas, podríamos decir) están esos sueños que Gil de Biedma concebía como “la dulce libertad” y García Lorca coloreaba: “La ventana del colegio tiene una cortina de luceros”. Pero en las clases de personas adultas la vida está precisamente ahí afuera y la ilusión se encuentra dentro de la clase. Los sueños están en la voz y las palabras (cuidadas, pensadas, trabajadas) de la profesora. En su capacidad para enseñar lo que ahora necesitan o desean aprender. María José lo sabe, y se esfuerza por que sus ojos sean las ventanas de esa dulce libertad reencontrada.