Blog de Manuel Saravia

Emilio

Esta es la noticia. Un abogado de Madrid justifica la agresión a un indigente, hasta el coma, de un grupo de neonazis: “Los mendigos no son humanos, son un cáncer”. Emilio, entre tanto, sigue con su bote en ristre, controlando la esquina que ha hecho suya y pidiendo un euro a todo el que pasa. “Es que nadie te da nada”. Uno le invita a un café o a un bocadillo, otro le da un par de monedas y el muchacho del bar un par de cigarrillos cada vez que se acerca. Si ve venir a la policía se esfuma instantáneamente.

Al llegar la noche acecha el miedo. Para las personas sin hogar “dormir en la calle es una experiencia aterradora, sobre todo por la noche. Por esa razón muchos prefieren dormir de día, expuestos a la mirada pública y, así lo esperan, controlados por ella” (Patrick Declerck, “Los náufragos”). Y ciertamente los titulares de la prensa se suceden. “Rocían con un extintor a un indigente mientras dormía”. “Detenidos tres jóvenes que dieron una paliza a un mendigo y lo grabaron”. “Siete chicos dan una paliza con piedras y puños americanos a dos indigentes”.

Hay quien valora los espacios comunes de la ciudad precisamente por su capacidad de acogida sin discriminación. “La verdadera marca del éxito de un parque, un soportal o un pasaje público es que la gente pueda llegar allí y quedarse dormido”. Si alguien “no tiene a dónde ir, nosotros, los habitantes de la ciudad, deberíamos alegrarnos de que al menos pudiese dormir en los bancos y las vías públicas; y lo mismo podría suceder con alguien que sí tuviera dónde ir pero que simplemente le apeteciera dar una cabezada en la calle” (Ch. Alexander, “Un lenguaje de patrones”).

Pero ésa no es la opinión del letrado. Ángel Pelluz –así se llama- lo explica: “He visto vecinos apartando cartones y a estas personas, con chinches y piojos, para poder entrar en su casa (…). Yo, si tengo un cáncer, el médico no me pone paños calientes: me lo extirpa. Pues esto es igual”. Emilio, por su parte, se mueve inquieto de aquí para allá, ida y vuelta sin parar en un pequeño tramo de la calle, junto a su esquina. Te pregunta: “¿No tendrás una mochila? Porque mira cómo tengo ésta, toda rota”.

El abogado dice añorar la vieja Ley de Vagos y Maleantes que ahora ve resurgir “en ciertos círculos políticos que tienden a prohibir la mendicidad”. Uno de esos lugares pioneros en el retorno de aquella ley franquista es Valladolid. Con una nueva norma de título ridículo y desmesurado (Ordenanza Municipal de Protección de la Convivencia Ciudadana y Prevención de Actitudes Antisociales), y en el colmo de la ironía sangrante se multa por pedir limosna. Emilio, aunque buen lector (siempre está con alguna novela prestada), no ha consultado la norma. Pero sabe que no va a quitarle el miedo de la noche. Se despide siempre de la misma forma: “Dios te bendiga”.

(Nota: El texto anterior fue publicado en El Día de Valladolid el 14 de marzo de 2013. El 8 de octubre de ese mismo año, y como consecuencia del recurso interpuesto por numerosos colectivos de la ciudad, agrupados en la Plataforma Ciudadana en defensa de las libertades, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León declaró nulos, por inconstitucionales, algunos artículos de la Ordenanza citada. Entre ellos se encontraba el referido a la prohibición genérica de mendigar, anulado por “vulnerar el derecho a la libertad de las personas”).


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