Blog de Manuel Saravia

Mano lenta, y otras lentitudes

Eric Clapton es Dios. No lo digo yo: es su apodo de tantos años en los que militó en Cream. Sí: le llamaban Dios, por su extraordinaria habilidad (sobrehumana) en el manejo de la guitarra. Si Dios existiese y tocase la guitarra… lo haría como él. O casi. Pero también fue conocido como “mano lenta” (Slowhand). No por su estilo pausado (que también), sino por la tranquilidad con que se tomaba el cambio de las cuerdas que se rompían inexorablemente de su guitarra en los conciertos con Yardbirds. Es gracioso. En el libro de Carl Honoré titulado Elogio de la lentitud hay un capítulo que se titula “El sexo: un amante con la mano más lenta”. Mano lenta que vale para todo. Y todo bueno.

Pero me parece que Honoré no se refiere a las habilidades de nuestro amigo Eric. Porque luego hay otros capítulos con títulos igual de sugerentes, que poco tienen que ver con Clapton: “La lentitud es bella”. Ya decía Plauto estas cosas: “¡Los dioses confundan al primer hombre que descubrió la manera de distinguir las horas, y confundan también a quien en este lugar colocó un reloj de sol para cortar y destrozar tan terriblemente mis días en fragmentos pequeños”. Pobre Plauto, qué de acuerdo estamos contigo, majo.

Otro capítulo se titula “La medicina: los médicos y la paciencia”. Y en él se dice que “el cuerpo sana a su propio ritmo”, y se cita este proverbio inglés: “El tiempo es un gran sanador”. (Será verdad. Llevo un mes tosiendo sin parar. Maldición: aún no habrá llegado mi tiempo de sanar). Otro capítulo: “El ocio: la importancia de descansar”. Allí se habla de Russell, quien estaba convencido de que “una jornada laboral de cuatro horas nos haría más amables, menos importunos y menos inclinados a recelar del prójimo”. No sé, la verdad.

Hay más. Otro de los capítulos (son en total doce) se titula “Los hijos: la educación de niños pausados”. ¿Niños pausados? La obsesión por la sobreformación de niños y niñas viene de lejos. En el siglo XVIII Samuel Johnson advertía a los padres que no vacilasen: “Mientras estás reflexionando sobre cuál de los dos libros debería leer tu hijo primero, otro muchacho ha leído ambos”. Es verdad: la imbecilidad supina es muy antigua. El último capítulo, la conclusión del libro, se titula: “La búsqueda del tempo giusto”. La frase es muy bonita.

Vivimos unos tiempos en que parece que nos gusta agobiarnos. Literalmente nos va la marcha. Venga presión. Nos presionamos para que las cosas se hagan cuanto antes. Aunque verdaderamente para la mayoría de ellas no tenemos tanta prisa. Pero nos azuzamos unos a otros en pos de la velocidad. Cuanto antes mejor. Y no tendría que ser así. ¿Verdaderamente todo es tan exageradamente urgente? En absoluto.

¿Me dejan transcribir algunos otros párrafos del libro de Honoré? Vamos allá: “Probablemente Italia sea lo más próximo a un hogar espiritual del movimiento Slow. El estilo de vida mediterráneo tradicional, que hace hincapié en el placer y el ocio, es un antídoto natural contra la velocidad. Slow Food, Slow Cities y Slow Sex tienen raíces italianas (…). La mayoría de nosotros no desea sustituir el culto a la velocidad por el culto a la lentitud”.

Sigo: “La rapidez puede ser divertida, productiva y potente, y seríamos más pobres sin ella. Lo que el mundo necesita, y el movimiento Slow ofrece, es un camino intermedio, una receta para casar la dolce vita con el dinamismo de la era de la información. El secreto está en el equilibrio: en vez de hacerlo todo más rápido, hacerlo todo a la velocidad apropiada”.

Qué bien suena. Creo que Clapton, con su mano lenta, puede ofrecer un buen contrapunto a ese apresuramiento sin sentido que si no lo frenamos va a acabar con nosotros: por agotamiento.

 


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