Blog de Manuel Saravia

Los seis deleites

Dijo el abad de Rute que “la poesía, en general, es pintura que habla”. Perfecto. Nos vale. ¿Cómo los mejores poemas nos representan los mejores paisajes? Empecemos con Berceo, 1360: “Acaecí en un prado verde, bien sencillo, de flores bien poblado (…). Daban color las flores bien olientes, refrescaban las caras y las mentes; manaban fuentes claras, corrientes, en verano bien frías, en invierno calientes. Gran abundancia había de buenas arboledas, higueras y granados, perales, manzanedas, y muchas otras frutas de diversas monedas (…). La verdura del prado, el olor de las flores, las sombras de los árboles de templados sabores (…). Nunca encontré en el siglo lugar tan deleitoso, ni sombra tan templada, ni un olor tan sabroso (…). A la sombra yaciendo perdí todos cuidados, y oí sones de aves dulces y modulados: nunca oyó ningún hombre órganos más templados ni que formar pudiesen sones más acordados”.

Vamos con Garcilaso, 1533: “Convida a un dulce sueño aquel manso rüido del agua que la clara fuente envía, y las aves sin dueño, con canto no aprendido, hinchen el aire de dulce armonía. Háceles compañía, a la sombra volando y entre varios olores gustando tiernas flores, la solícita abeja susurrando; los árboles, el viento al sueño ayudan con su movimiento”. Sigamos con Gil Polo, 1564: “¿A quién no admira la frescura de este sombroso bosque? ¿Quién no se espanta de la lindeza de este espacioso prado? Pues ver los matices de las libreadas flores y oír el concierto de las cantadoras aves es cosa de tanto contento, que no iguala con ello de gran parte la pompa y abundancia de la más celebrada corte”. Y ahora con Sir Philip Sidney, 1590 (recogido por Claudio Guillén): “Había montes que adornaban sus alturas orgullosas con árboles majestuosos; valles humildes, cuyo bajo estado parecía consolado por la frescura de ríos plateados; prados, esmaltados con toda suerte de flores de vista deleitosa”.

Destaca Curtius “felizmente” (como nos recuerda una vez más Claudio Guillén) una cita de Libanio (o sea: aquí va una cita de una cita de una cita), del siglo IV (viejísima), en la que señala los seis deleites del locus amoenus. “Causas de deleite son los manantiales y las plantaciones y los jardines y las brisas suaves y las flores y los cantos de las aves”. Eso es. Seis deleites, exactamente seis, ni uno más ni uno menos: aguas que corren, brisas que soplan, jardines que perfuman, árboles que procuran sombra, flores de múltiples colores, pájaros que cantan. Es sorprendente comprobar lo claro que tenían las cosas los antiguos. Y la verdad… es que efectivamente son esos seis. Suficientes. ¿Quién quiere más?

(Imagen: Libanio).


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