En su momento tuvo cierta difusión un librito de Félix Guattari titulado Las tres ecologías (París, 1989). Su tesis era sencilla: “Así como existe una ecología de las malas hierbas existe una ecología de las malas ideas”. Proponía “una articulación ético-política -que yo llamo ecosofía– entre los tres registros ecológicos, el del medio ambiente, el de las relaciones sociales y el de la subjetividad humana”. Y a partir de ahí el texto se extiende en los paralelismos y entrecruzamientos, en múltiples facetas, entre la cuestión medioambiental y las otras ecologías. Como se aprecia en este sencillo ejemplo: “No solo desaparecen las especies, sino también las palabras, las frases, los gestos de la solidaridad humana”. Porque -dice- “las tres ecologías deberían concebirse en bloque”, con un “compromiso político a gran escala”.
Antes de seguir, una curiosidad. Estamos en 1989. Y Guattari escribe esto: “Otra especie de alga, que en este caso tiene que ver con la ecología social, consiste en esa libertad de proliferación que ha permitido que hombres como Donald Trump se apoderen de barrios enteros de New York, de Atlantic City, etc., para ‘renovarlos’, aumentar los alquileres y expulsar al mismo tiempo a decenas de millares de familias pobres, la mayor parte de las cuales están condenadas a devenir homeless, el equivalente aquí de los peces muertos de la ecología medioambiental” (p. 34 de la ed. esp.). Donald Trump rampante. Pero seguimos.
Porque podemos, incluso, jugar con las mismas metáforas en los tres ámbitos. Vayamos, por ejemplo, con los pulmones de ese cuerpo vivo que es la ciudad. Desde hace muchísimo tiempo se habla de que bosques, parques y arboledas cumplen ese papel. Un ejemplo, entre mil, este artículo titulado “Los pulmones de las ciudades”. ¿Qué lugares (dejando aparte otras instituciones o prácticas no localizadas en espacios concretos) podrían satisfacer esa misma misión de “limpiar el aire” en la “ecología social”? Probablemente sería la escuela pública. Y de hecho la práctica urbanística otorga un papel esencial a la distribución de tales centros en el tejido urbano. Si bien el tema puede dar lugar a un curioso debate.
¿Y cuáles serían los dispositivos urbanos de “producción de subjetividad” que puedan asemejarse a los parques? Tradicionalmente fueron los teatros (la catarsis). Pero he visto un texto de Georges Bataille, de 1930 (rescatado por M. Dolores Jiménez-Blanco), que ofrecía otra versión sorprendente. Pues tales pulmones serían los museos. En ellos encontramos “el grandioso espectáculo de una humanidad momentáneamente liberada de preocupaciones materiales y dedicada a la contemplación”. Para él las salas y las obras expuestas son solo el continente, ya que “el contenido es constituido por los visitantes (…). El museo es como el pulmón de una gran ciudad. Cada domingo el público fluye como la sangre al museo, y emerge purificada y fresca”. No está mal, ¿verdad?
(Imagen procedente de eleconomista.es).