Ibn Hazm fue un aristócrata cordobés del siglo XI (nació en el 994). Tuvo una vida de intrigas políticas que le llevó a numerosos destierros y cárceles. Pero también escribió mucho. A los 28 años compuso uno de los libros fundamentales de la literatura hispanoárabe: El collar de la paloma. Allí se lee, por ejemplo, lo siguiente: “Al ir a ti, corro como la luna llena / cuando atraviesa los confines del cielo. / Pero, al partir de ti, lo hago con la morosidad / con que se mueven las altas estrellas fijas”. Está bien.
Lo traigo a este diccionario en relación a los monumentos. Es decir, a los domingos del espacio. Esas construcciones que aunque sean de antesdeayer tienen que parecer inmemoriales. Pues ya sabemos que “el tiempo anterior al génesis / se llamaba domingo” (Marin Sorescu). Un asunto complicado, éste de los monumentos urbanos, que (creo) no debería obviarse. Porque, ¿cuándo es el momento de pensar en monumentos? Desde luego ahora no es el momento (nunca lo es) de monumentos dilapidadores. Pero ¿tampoco debería pensarse en monumentos sencillos?
Hace algún tiempo propusimos la construcción, sin programar, de un collar de pozos. Con la intención de hacer valer la idea del collar en torno a la ciudad, acogiéndonos a una metáfora frecuente de la literatura hispanoárabe (la ciudad como una novia, y algunos elementos territoriales como collar). De Sevilla, por ejemplo, se decía que era la novia de las ciudades de al-Andalus. En su cuello “está el collar de perlas de an-Nahr al-A´zam” (el Río Mayor, el Guadalquivir). El rey al-Mutamid también presentaba como novia a la ciudad de Córdoba.
Los pozos de boca pequeña son construcciones que ya han salido del ámbito funcional y han entrado, en consecuencia, en el dominio de lo poético. Planteamos un collar de tantas cuentas como derechos (sí: una manía, una obsesión): 30 cuentas que llegamos a dibujar en un círculo de unos 8 km de diámetro en torno a (y en parte intercalado con) la ciudad de Valladolid. Y junto a cada pozo, un árbol y un banco, al estilo de la escultura de Chillida en Cadenas de San Gregorio. Cada pozo, una perla. Quedaría bien. Supongo. Más que nada, por si a Ibn Hazm le diese por pasar por aquí.