En el XI Día Vecinal de la Federación de Asociaciones Antonio Machado, celebrado el pasado 17 de septiembre en la plaza de Portugalete, me entregaron en el puesto de la Asociación Vecinal Pilarica un ejemplar (editado por esa misma asociación) del Cuaderno de Campo de La Esgueva. Qué buena iniciativa. 40 páginas dedicadas a conocer mejor el ecosistema del río que llega a la ciudad. A intentar identificar las plantas y los animales que lo pueblan. A “aprender a escuchar sus latidos entre los carrizos”.
Pero centrémonos hoy en los animales. En el Cuaderno se describen 23, entre mamíferos, aves, peces, reptiles, anfibios y crustáceos que todo el año, pero sobre todo en primavera, no dejan de hablar. Y así se nos cuenta cómo los pequeños sapos parteros cantan de noche a la luna. Los ruiseñores (que consiguen aprender con esfuerzo entre 120 y 260 estrofas distintas) intentan “atraer a las hembras con su vigoroso canto, de multitud de notas y alto volumen”, en tanto que los carriceros lo hacen “a base de estrofas largas y ritmos acompasados”. El zorzal “canta a base de frases claras”. Y el mirlo, con un “canto alegre y completo”, lo dice “desde lugares altos”. Los carboneros “van en grupos muy ruidosos”, mientras el pito real también hace lo suyo “golpeando la madera”. Los grillos, las cigarras, la rata de agua. Y, con seguridad, también hablan, a su manera, los crustáceos. Y los peces (la boga, el barbo). Porque toda la fauna del río se esfuerza en el bullicio, día y noche.
Las explicaciones están “dirigidas a un público infantil y juvenil”. Y se confía en que “ya llegará más adelante el deseo de conocer en profundidad”. Es verdad. Visto y anotado el Cuaderno he ido al libro de Francesca Buoninconti (Mira quién habla. Cosas que dicen los animales, Alianza, 2022) en el que se da cuenta de las mil formas de comunicarse de los animales que se citan en él. Pero no solo de aquí, por supuesto: el libro se refiere a toda la fauna de la Tierra. Donde no hay ni un solo animal que esté callado. Nunca. De manera que si los seres humanos padecemos (o gozamos) de una verborrea imposible de frenar, los demás seres vivos nos acompañan sin rubor en el concierto escandaloso de la naturaleza.
Elefantes, lobos, mandriles, ardillas o avispas, toda la fauna del planeta, no dejan de hablar, de emitir todo tipo de señales y moverse inquietos y danzantes. En ella los ánades (que visitan nuestro río) son grandes bailarines, los lagartos de extraño comportamiento también vienen, las culebras viperinas que sisean y desprenden un líquido terrible, los insectos que se camuflan, las mariposas vistosas, la danza de luces y destellos de las luciérnagas en las noches de verano, los murciélagos de los ultrasonidos. Todos se afanan en el griterío.
Y es curioso. Porque en ese libro se aprenden muchas más cosas. Que los delfines se llaman por su nombre (más o menos). Que muchos animales mienten a conciencia. Que hay dialectos en los mares, y así cada población, cada océano, tiene su propio “ballenés”. Que los peces no solo hablan, sino que a menudo cantan, y hasta lo hacen en coro. Pero sobre todo, se puede leer que siendo “el canto de los pájaros una de las señales más honestas del mundo animal”, en sus sueños los pájaros también cantan (p. 162). De manera que el Cuaderno de Campo no solo nos lleva a la escucha de los latidos de la Esgueva, de la algarabía de la vida natural. Sino también a contemplar dónde se alojan los sueños de los pájaros.
(Imagen: Portada del Cuaderno).