Blog de Manuel Saravia

Foucault

Michel Foucault es siempre desasosegante. Pero necesario. Porque es ineludible recordar, cada cierto tiempo, el papel que juega la arbitrariedad y la irracionalidad en los cambios de los discursos básicos de cada momento. Contra quienes contemplan la historia como un relato de progreso continuo regido por la razón, Foucault insiste en la importancia de la discontinuidad, “la arbitrariedad, la contingencia y la no-racionalidad” en nuestra comprensión de nosotros mismos, en la evolución de las ideas.

Es forzoso también tenerle presente y no olvidar la relación entre “poder” y “verdad” que desveló. Para él la verdad y el poder son interdependientes: “La verdad es una cosa en el mundo que se produce solo en virtud de múltiples formas de constricción (…). Cada sociedad tiene su propio régimen de verdad, su ‘política general’ de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acepta y que la hacen funcionar como verdad”.

Es imperioso recordar que, según Foucault, el estado moderno gobierna menos haciendo uso de su fuerza que utilizando el conocimiento y las prácticas de las ciencias humanas para construir la subjetividad de sus sujetos, a través de una “microfísica del poder”. Y es necesario, en suma, insistir en lo que, según Mark Philp, era el propósito de este autor francés: “crear incertidumbres y dudas para obligarnos a pensar las categorías y las prácticas en las que vivimos; es decir, liberarnos al menos hasta el punto de hacernos conscientes de lo que hemos perdido al convertirnos en lo que somos”. Y a fe mía que lo consigue.


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