Primero, la advertencia genérica. Hace más de 30 años (en 1981) se publicó en Barcelona un libro de varios autores titulado Profesiones inhabilitantes. En él se comentaba la caracterización de las últimas décadas del siglo XX “por nuestra creciente dependencia de una élite de profesionales que domina, institucionaliza y ritualiza la casi totalidad de nuestras vidas diarias”. Y se proponía “el desmantelamiento de los rigurosos monopolios que los profesionales han impuesto a los ciudadanos”. Uno de los autores, I. Illich, recuerda que “cuando yo aprendí a hablar, los problemas solo existían en las matemáticas o en el ajedrez; los soluciones eran salinas o legales, y el concepto de necesidad se usaba sobre todo en su forma verbal: necesitar. Expresiones como ‘tengo un problema’ o ‘tengo una necesidad’ carecían de sentido”. Y el autor achaca esas mutaciones del lenguaje al nuevo dominio profesional: “Cada vez más, las necesidades son creadas por la publicidad y las compras se hacen por prescripción. La acción del individuo no es el resultado de su experiencia personal”.
Después, la concreción en el predominio del saber experto de los economistas. En efecto, el 12 de diciembre de 1995, Pierre Bourdieu dictaba una conferencia ante un grupo de trabajadores en huelga, reunidos en la Gare de Lyon en París. Se titulaba “La tecnocracia neoliberal contra los trabajadores”, y concluía de esta forma: “Lo que he querido expresar (…) es una solidaridad real con aquellos que hoy se baten por cambiar la sociedad: pienso en efecto que no se puede combatir eficazmente la tecnocracia, nacional o internacional, si no es enfrentándola en su terreno privilegiado, el de la ciencia, principalmente económica, y, oponiendo al conocimiento abstracto y mutilado del cual ella se vale , un conocimiento, más respetuoso, de los hombres y de las realidades a las cuales ellos se ven confrontados”.
Por último, los gobiernos de tecnócratas elegidos a dedo. El 18 de noviembre de 2011 se publicó en El País un artículo titulado “La tecnocracia desaloja la política”. Silvia Blanco comentaba en él que “en apenas 15 días, italianos y griegos han visto cómo la crisis de la deuda soberana tumbaba como ramitas en medio de un vendaval los Gobiernos que habían elegido en las urnas”. Una fórmula (una “solución”, habrá que decir) que lleva a la idea de que “solo hay una solución posible”. Una política que, al parecer, no tiene alternativas. Con lo que “los ciudadanos perciben que han perdido el control sobre lo que sucede”. En Milán y Atenas hubo manifestaciones “contra el gobierno de los banqueros”.
Claro que esa sumisión ante la tecnocracia se refuerza y complementa cuando algunos políticos insisten, para evitar asumir nunca ninguna responsabilidad, en que nunca decidieron nada. En que se limitaron a cumplir lo que les decían “los técnicos”. Cómo no va a avanzar la tecnocracia si los cargos públicos esconden la cabeza bajo el ala maternal de los expertos.