El paisaje, como sabemos (recordarlo es una simpleza), alude a las características visuales del territorio, la ciudad, los panoramas, cualquier espacio. Hasta hace algunos años su defensa se integraba con la del diseño, la estética, la belleza, la poética del espacio. Cuando se redactó el catálogo de bienes protegidos del PGOU de 1984 se argumentaban algunas decisiones apoyándose en consideraciones paisajísticas. Recuerdo con especial afecto el caso de las tres cornisas que se acercan en el encuentro entre las calles Pasión, Comedias y la plaza de Santa Ana. Pareció a los redactores (especialmente a Ignacio Represa) tan interesante, tan bien compuesta, tan fascinante incluso esa imagen, que se consideró razón suficiente (aunque no única) para defender la configuración que se ofrecía a la vista.
Hasta entonces se trataba de decisiones fundadas en la composición urbana. Pero desde el año 2008 está vigente el Convenio Europeo del Paisaje, que obliga a la protección y planificación de todas las formas del paisaje, afectando a los naturales y rurales, desde luego; pero también a los urbanos y periurbanos. Y no solo a los más brillantes, característicos o conocidos, sino también a los ordinarios. Se requiere una acción pública que se integra en las determinaciones del planeamiento urbanístico. Pero que no concluye con la aprobación del plan, sino que las iniciativas posteriores deben también atenderse y analizarse específicamente. Por ejemplo, las que pudieran suponer posibles desfiguraciones del paisaje derivadas de la instalación de plantas fotovoltaicas. O, más significativas aún, las de ciertos impactos de los nuevos aerogeneradores o parques eólicos.
Pero, como decíamos, también importa el cuidado del paisaje urbano, del interior de la ciudad. El libro básico (creo) de Gordon Cullen, Townscape (1974), marcó la pauta para su consideración no solo como imagen de conjunto, vista desde lejos o desde los accesos a la ciudad, sino también (y sobre todo), desde la apreciación y la mirada de cualquier persona a pie de calle. Una a una y calle a calle. (Abajo, imágenes del libro de Cullen: la vieja portada y las imágenes que acompañan a los epígrafes titulados así: «espacio e infinito», «aquí y allí», «misterio», «distorsión», «nostalgia» y «punta de alfiler»).
Para contribuir al análisis de las intervenciones que se planteen, y también para servir como altavoz formativo sobre los valores del paisaje urbano, parece conveniente llegar a un acuerdo específico con la Escuela de Arquitectura de Valladolid que lleve al examen y estudio por el alumnado del espacio de Valladolid. Y proponer, por tanto, la exploración de las características, objetivos, incidencias y consecuencias de algunas de las propuestas de intervención más significativas sobre el espacio rural, pero también sobre el urbano, que se vayan planteando en la ciudad.
Pensamos que la firma de un protocolo específico sobre esta cuestión puede ser interesante. Llevamos tiempo hablando con la dirección de la Escuela de Arquitectura (siempre abierta a este tipo de colaboraciones), y creemos que sería bueno activar pronto el citado escrito. Comenzando con sus reflexiones cuanto antes.
(Imagen del encabezamiento: procedente de Google).