Blog de Manuel Saravia

El buen cansancio

Hará diez años, más o menos, cuando circuló entre nosotros (en el Grupo Municipal de Izquierda Unida, con María Sánchez y Alberto Bustos) el librito de Peter Handke titulado Ensayos sobre el cansancio (Alianza, 2006). Recuerdo que nos gustó. Mucho, incluso. Porque nos decía que había un cansancio bueno, en el que, aunque tirado, te regodeas. Eso sí: circuló tanto que le hemos perdido la pista (¿dónde estará?). Pero, de memoria, recuerdo lo que nos pareció más atractivo. Después del trabajo en el campo, de los oficios, «después de un largo viaje o tras el amor», llegaba un cansancio que te completaba. Hablaba incluso de una “música del cansancio” que venía a veces tras el agotamiento.

Porque ese buen cansancio te hace poroso, te abre a un mundo que ves pacífico. “Nos coloca al margen de nuestros hábitos, de nuestros proyectos y nuestros afanes; viene a ser algo así como la hora veinticinco de la jornada” (según lo interpreta E. Barjau). Todo lo contrario de lo que nos cuenta Fernando Vallespín de otro tipo de cansancio, que proviene de “una cultura que se siente hastiada”, un malestar difuso del “agotamiento civilizatorio”. Como si la civilización occidental estuviera ya cansada “de estar siempre en movimiento, como si el motor que lo ha venido impulsando comenzara a pararse, a dar señales de desfallecimiento”.

O lo que dice Byung-Chul Han (en La sociedad del cansancio, Herder, 2012), relacionado con esta última visión. Pues, según explica, nos encontramos fundidos no solo por agotamiento físico, sino por “agotamiento del alma”, sin fuerzas para la vida comunitaria. Con un cansancio a solas, que se cierra y nos cierra. “Corea del Sur es una sociedad del cansancio en fase terminal. De hecho, en Corea se ven por todas partes personas durmiendo. Los vagones del metro de Seúl parecen coches cama”. Y es así como consecuencia de la «autoexplotación voluntaria» que tenemos en vena.

Lo peor es que, a veces, cuando estás cansado, como ahora mismo, no acabas de discernir a qué clase de cansancio corresponde esta falta de fuerzas. Te encuentras bien, en esa “paz temporal” que te reconcilia al concluir una tarea, un esfuerzo. Pero a la vez sientes también que ese desfondamiento no es tan limpio como debiera, y que quizá corresponda, al menos parcialmente, a la desaceleración de la vida que descubre el autor coreano. En fin: no parece tan fácil saber vivir el cansancio.

(Imagen: Manzanilla silvestre, procedente de acorral.es/malpiweb).

 


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