Verán qué familiar suena todo. “El soterramiento (…), para crear una gran avenida con la que cerrar una cicatriz que divide (…) la ciudad de norte a sur, fue el proyecto más ambicioso (…) y el eje de su campaña”. Vaya. ¿Será Valladolid esa ciudad, será el tren quien la divide, la cicatriz de las vías, el causante de la radical división de la ciudad? Pues no. Porque esa cita se refiere al soterramiento del río Guadalmedina. Y la ciudad es Málaga ¿Será entonces que decenas de miles de malagueños “tienen el derecho al soterramiento” (como dice, airosamente, sin saber, al parecer, lo que son los derechos, el Sr. Carnero al referirse a Valladolid y al tren)? No sé. Qué curiosa casualidad. Tren y río.
Pero veamos a continuación el párrafo completo, publicado en El País:
No nos debería extrañar. Porque la bonita tradición de soterrar ríos viene de muy lejos. Zaragoza enterró el Huerva, aunque era el río de las huertas (“El Ebro puso el poder, el Huerva los calabacines”). Pero, claro, ¿quién podría resistirse a tener una Gran Vía como ya mostraban las ciudades modernas? “En 1925 se comenzó a canalizar el primer tramo, tendiendo entre orillas enormes vigas sobre las que después se apoyaría la avenida”. ¿No suena bastante a lo que se dice ahora de las grandes vías que promoverá el ferrocarril soterrado? Granada también “escondió” el Darro (“Ciudad que esconde sus ríos…” decía Ángel Ganivet). Pues también se enterró para desarrollar su Gran Vía, impidiendo “in aeternum’ la imagen romántica de un cauce descubierto (…). Un contrasentido y vejación del nombre con el que los romanos lo bautizaron, ‘Dauro’, río de oro”. Los ejemplos, como sabemos, son numerosísimos. En Algeciras, el soterramiento del río La Miel. En Cáceres, el río Verde (“el misterioso río Verde que Cáceres se tragó”). Y muchísimos más. (Las imágenes de abajo son del Guadalmedina, Darro, La Miel y un rótulo del río Verde).
También se decidió hace décadas (y siglos, en algún caso) sacar algunos ríos de las ciudades. Como igualmente se ha hecho en algún caso con el tren (Burgos, por citar un ejemplo). Así fue en Valladolid con el Esgueva, sin ir más lejos. ¿De verdad no estaría bien el Esgueva recorriendo el espacio urbano, cuidando su limpieza y manteniéndolo verde, dando sentido y permitiendo entender el difícil trazado de sus calles? Se expulsó por antihigiénico, por sucio: ¿no se podía limpiar? De sus aguas ya no se bebía, pero seguían siendo útiles (para lavar, regar, como fuerza motriz), y no solo serían benéficas por la imagen y el paisaje urbano. Y sobre las inundaciones: su desvío no las evitó, y ahí está la de 1924, pocos años después de culminar las obras. ¿No habría ganado muchísimo el centro de la ciudad manteniendo el paso de la Esgueva? En fin. (Las imágenes de abajo: Esgueva inundado, Monelos y Gobela).
Una pena. Pero ¿quién se resiste a una gran obra de infraestructura, esté o no esté suficientemente justificada, y cueste lo que cueste? La modernidad, nos dicen y repiten. Pero… quizá la modernidad sea ahora desenterrar lo que entonces se soterró. Como en Zarautz, con el río Oláa, “un claro ejemplo sobre los desastrosos efectos de soterrar los ríos”. Y por ello “hoy en día estamos haciendo lo contrario, naturalizarlos, tirar los muros y restaurar sus cauces naturales”. O el proyecto MonRiverR, para recuperar la memoria del arroyo Monelos, actualmente soterrado, en A Coruña. “Revivir el río que un día fue”. O el debate en el mismo Bilbao, a propósito de la recuperación del río Gobela. Que unos lo consideran un foso, “una cloaca que hay que tapar y esconder”. Pero otros abogan por el “resurgimiento del río”. O el caso más conocido, sin duda, el del Cheonggyecheon de Seúl. Un río de 5,8 kilómetros que discurre por el centro de la ciudad, que en los 60 fue cubierto con hormigón para construir una vía rodada; y que más tarde, en 2003, se comenzó a desenterrar, restaurando también la corriente de agua (ver imagen de abajo, de 1980 y 2005, en la web de Onu-Habitat).
No es gratuito vincular ambos soterramientos, los de trenes y los de ríos. De hecho, el asesor ferroviario del anterior alcalde de Valladolid, León de la Riva, entendía que ambos planteamientos, soterrar trenes y ríos, son de la misma naturaleza. “Heridas” urbanas que hay que “sanar”. “El río -declaró, refiriéndose al Pisuerga- puede esperar. Que sean otras generaciones las que piensen como paliar o remediar esa otra herida”. No sé. Creo que deberíamos darle alguna vuelta.
(Imagen del encabezamiento: El soterramiento del Huerva, procedente de https://sienteloconoido.es/zaragoza-te-habla-cubrir-el-huerva-antecedentes/).