Hay un poema de Gil de Biedma (qué bueno era este hombre) en que se lee lo siguiente: “Y una buena mañana / la dulce libertad / elegiste impaciente, / como un escolar”. Es curioso. Pues de la misma forma en que se puede jugar a entrever en cada una de nuestras caras actuales el rostro del niño o niña que guardan (en algunas personas es muy evidente; y aunque en otras es casi imposible descifrarlo, ahí está, escondido), se podría, pienso yo, penetrar en los trabajos que nos ocupan hoy, e intentar encontrar en ellos los rastros que queden (los hay, seguro que los hay) de las primeras aspiraciones infantiles. De esa impaciencia y de esa “dulce libertad” que siempre, siempre, siempre, elegimos en los primeros años.
Esos años en que nos invade la frescura (“la fragancia liviana de las madrugadas”: qué bonito). ¿Cómo no iba a ser así, si estábamos por estrenar el mundo? ¿Seremos capaces de recordar aquel frescor? ¿Podremos revivir, al nombrar las cosas, la emoción con que escribíamos en los cuadernos, o marcábamos en el pupitre y en los árboles mil nombres? (ya, ya: está fatal hacerlo… pero lo hacíamos, y con muchísima satisfacción). ¿Sabremos reencontrar ese “miedo luminoso” de los primeros años, tan inquietante, pero a la vez tan prometedor? ¿Esa inocencia tenaz y sostenida, esa ingenuidad necesaria para reconocer la belleza? ¿Seremos capaces de recuperar cada junio los veranos salvajes de la infancia?
Sabemos que hay que pensar cómo van a envejecer nuestras realizaciones (incluso nuestros proyectos). Ahí estará la famosa resiliencia, la palabra de moda que nos va a traer a maltraer en los próximos años, como en las últimas décadas lo ha hecho la sostenibilidad (hasta que se nos agote la paciencia, como ya casi ha sucedido con la sostenibilidad). Pero habría que hacer también un esfuerzo por ver no solo el envejecimiento, sino el rostro infantil de cada una de las piezas de la ciudad. Pues todas tienen su infancia. Y en estos años de desprestigio absoluto y demolición de la tarea política, reencontrar propuestas que conserven la frescura de los primeros tiempos. Y el anhelo de esa dulce libertad de que se alimentaban. Propuestas frescas como la lechuga. Dibujadas, eso sí, con un lápiz Alpino. Como un escolar.
(Imagen procedente de http://www.huffingtonpost.com/2013/09/03/backpack-school-bags_n_3860144.html
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