En el Ayuntamiento de Leipzig se conservan (y muestran orgullosos en la Casa Consistorial) los documentos de la polémica entre Bach y la corporación municipal, que tuvo lugar a partir de 1728. El debate giraba en torno al tipo de enseñanza que debía dictarse, y el papel de la música entre las disciplinas a impartir. La cosa se enconó, centrándose las respectivas posiciones en las figuras de Bach y del teólogo Ernesti, quien propugnaba hacer más hincapié en las ciencias naturales que en la música.
Como quiera que Bach se sintió relegado, apeló directamente al rey de Polonia (y elector de Sajonia). Y éste efectivamente intervino, dándole la razón y dejando en un lugar muy poco airoso a la corporación. Es fácil suponer que tras ello las relaciones entre ésta y el músico se enturbiaron definitivamente. Pero lo más gracioso fue, a mi parecer, la frase con que despacharon la carta de Bach al rey: “¿Pero quién se ha creído éste que es?”, dijeron. Y sí: era Bach, la única persona capaz de “darnos la impresión de que el universo no es un fracaso” (Cioran).
Cierto que nuestro artista debía de tener un carácter más bien intransigente. Que se enfrentó con mucha gente en casi todos los lugares donde trabajó. Que no tenía por qué tener mejor criterio educativo que sus oponentes. Pero, claro, al leer la frase de los concejales es inevitable una sonrisa compasiva. Pretendían que el asunto a debate era un tema exclusivamente local. Y no es posible soslayar las referencias a otros debates recientes en nuestra ciudad sobre los que siempre sobrevuela el posible reparo por considerarlos fuera de lo local.
Pero sobre todo no está de más, al recordar esta anécdota, imaginar también la cara de pasmados de unos concejales innecesariamente ofendidos y quejosos porque uno de sus vecinos hiciese valer lo que le viniese en gana para defender sus posiciones. ¿Quién se había creído que era? Pues un vecino Leipzigero. Ni más, ni menos.
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