Blog de Manuel Saravia

Rostros

Cuando Jacques Derrida escribió su Adieu a Emmanuel Levinas, destacó cómo aprendió con él, al conocerle y tratarle, nuevas formas de entender algunas palabras: adiós; rectitud (“más fuerte que la muerte”); bondad; hospitalidad (“el anfitrión que acoge, que se cree propietario de los lugares, es en verdad un huésped recibido en su propia casa”). Y algo semejante sucede con el significado del rostro.

En la presentación de Ética e infinito José María Ayuso explica cómo “Levinas señala en el ‘des-inter-és’ la condición humana: ser hombre [ser persona] equivale a no ser, vivir humanamente significa desvivirse… por la otra persona, por el otro”. Y ahí es donde se hace fundamental el contacto directo. Ver el rostro. Es curioso, pues desde otros razonamientos distintos también se ha llegado a proponer la limitación de altura de los edificios en función de que puedan distinguirse los rostros de las personas que están en la calle. Y es que según Levinas ver el rostro supone mucho más que percepción, más incluso que comunicación.

Ver el rostro de otra persona (del “otro”) “me da la orden en que consiste su palabra primera: ‘No me dejarás morir”. Una sujeción “prelógica” que Levinas llama “significancia del rostro, lo único capaz de cargar de sentido al lenguaje”. Cierto es –continúa- “que la relación con el rostro puede estar dominada por la percepción, pero lo que es específicamente rostro resulta ser aquello que no se reduce a ella”. Está muy bien, ¿verdad?


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