Es curioso el libro de José Miguel Ortega titulado Viejos cafés de Valladolid 1809-1956 (Maxtor, 2014). Sobre todo por la imagen de la vida ciudadana de los dos últimos siglos que se brinda en sus páginas. Suele funcionar: los estudios históricos de elementos singulares (en este caso los cafés), ofrecen una perspectiva única desde la que se puede entrever todo lo demás, muchas más informaciones y sugerencias que en principio el trabajo no pretende. Pues desde esa ventana singular se van observando, de pasada, todo tipo de logros, decadencias y ruinas que constituyen la vida y la historia urbana. Pero también me ha interesado este libro por algunos detalles muy concretos de los cafés vallisoletanos, que tienen que ver con el debate sobre este tipo de negocio que sigue teniendo actualidad.
1. Los lugares. Llama la atención por una parte cómo determinadas localizaciones han estado ocupadas por cafés desde hace décadas e incluso siglos. Pero también resulta sugerente la concentración de estos establecimientos en ciertas áreas, en determinados momentos, que más adelante pierden vigencia. Podría decirse que hay ámbitos fijos, seguros para los cafés; y otros que se ponen de moda o pierden el aprecio del público. Duque de la Victoria tuvo su época de concentración de cafés (el Café Suizo, por ejemplo, que hoy está en Doctrinos, se inauguró en 1859 en Duque de la Victoria). También en Ferrari y Fuente Dorada se instalaron varios de los principales cafés entre el XIX y el XX. Y desde luego Recoletos. Y Santiago.
2. La tipología. Este tipo de locales no ha sufrido grandes cambios desde su formulación; o mejor, desde que se instaló en Valladolid a principios del siglo XIX. El primer gran café que tuvo la ciudad fue el Café de Italianos (fundado en 1838, en Fuente Dorada); pero el primer café vallisoletano había abierto sus puertas 30 años antes, en 1808. Y se dice que para atender a las tropas francesas que se encontraban en la ciudad. Luego, en 1824, se habla del Café del Corrillo, aunque todavía un pequeño local de estudiantes.
3. El nivel. En Valladolid no parece haber sido muy frecuente la instalación de cafés en pisos; pero ha habido casos de cafés en sótanos. Probablemente el más famoso fuera el Café del Calderón. La luz le llegaba por unas ventanas altas, que recordaba Cossío: “Teníamos la visión de las piernas de los transeúntes y llegamos a conocer a algunas personas por sus zapatos (…). La atmósfera, por el humo de los cigarros, se hacía casi irrespirable; mas quizá aquel ambiente, mientras a unos nos sumía en una especie de nirvana, a otros exaltaba”.
4. Cambios en la decoración. Uno de los más famosos, por su decoración en rojo: el Cantábrico (en la esquina de Soler). Se lee en el libro: “Diez años era el plazo que estos establecimientos consideraban razonable para efectuar una nueva decoración, tanto porque los humos la hubiesen deteriorado como por que los parroquianos llegaran a cansarse de ella”.
5. Las terrazas. Siempre incontrolables, con frecuencia desmesuradas. Enorme la del Norte. Y ocupando la calzada, sin recato: el Corisco (Plaza Mayor) o el Royalty (una ocupación inmensa, descaradísimo).
6. La excepcionalidad de la “marquesina de hierro”. En el Hostal Florida. Pero también en el Café Royalty se instaló “una marquesina de hierro con cristalera” en la esquina de Claudio Moyano con Santiago (donde hoy se encuentra el Banco Santander).
7. La vinculación con la música, y otras actividades. Un caso excepcional: el Café España. Pero ha habido música y espectáculos en muchísimos cafés. Uno que se fundó con vocación de café cantante fue, por ejemplo, el Café de las Columnas. También tuvo su época el Café del Norte. Y en muchos casos llegaban a tocar orquestas en la terraza (matinés, five-o’clock-tea, o en sesiones nocturnas). Por ejemplo, la banda de música del Regimiento de Isabel II fue contratada por el Lyon d´Or para dar un concierto a sus clientes de la terraza. Pero también había otras actividades. En el del Pino se pidió autorización para cine al aire libre. Y en el Café del Comercio actuó el adivinador del pensamiento profesor Carleodopol.
8. Las tertulias. En el Molinero, en el Ideal Bouquet, en el citado Lyon d’Or.
9. Los sorprendentes horarios nocturnos. Un ejemplo: había conciertos de once y media a una y media de la madrugada en los días laborables en el Café del Norte.
10. La evolución de la plantilla. Oficios propios de los cafés que han desaparecido. Como los cerilleros (cuando se vendía tabaco, obviamente). O los limpiabotas (no sólo en los cafés, naturalmente).
11. Peculiaridades en el suelo municipal. Conflictos con las concesiones y los cánones en el Café del Pino (tras el Teatro Pradera). O el Gym (bajo el templete).
12. Los nombres. Con el apellido del dueño (Vega; el más singular: Maga, de Mariano García Abril); con los lugares de procedencia de los fundadores (Cantábrico, Norte, Piquío… todos de Santander); con nombres “de marca” (Suizo; sus creadores también fundaron Cafés Suizos en Burgos, Zaragoza, Santander o Madrid); con nombres de la época, que estaban en todas las ciudades (Royalty, Comercio, Universal, Lion d’Or); evocadores de otros lugares (París, Corisco, Moulin Rouge); con el nombre de la calle o el lugar (Calderón; ¿Molinero tendrá que ver con María de Molina?). Y los cambios obligados por el franquismo (Ideal Nacional, en lugar de Ideal Bouquet, por ejemplo).