No. No es por ser el primer país en “volver a la vida de antes del covid”, por levantar todas sus restricciones sanitarias. No. Dinamarca es, según creo, un país con su crédito democrático y humanitario bajo mínimos por lo siguiente:
1º. Por haber sido condenada a dos meses de prisión la exministra Inger Stojberg, titular de Integración entre 2015 y 2019, que ordenó que todas las parejas de solicitantes de asilo en las que uno fuese menor debían ser alojadas separadas, en lugares distintos. Violando así la Convención Europea de Derechos Humanos e incluso las propias leyes danesas. Una ministra. “Hoy han perdido los valores daneses”, dijo esta persona. Magnífico, Inger, tú sí que sabes.
2º. Por alquilar una cárcel (sí: alquilar una cárcel, como suena) en Kosovo para sus presos extranjeros. Prístina recibirá, al parecer, 21 millones de euros anuales por albergar a 300 reclusos que cumplen condena en nuestra querida Dinamarca. ¿Pero qué es esto? “Es el resultado (dice El País) de un —inusual, pero no inédito— preacuerdo firmado (…) por las autoridades de ambos países: uno rico con un problema de saturación carcelaria y creciente mano dura con los extranjeros (Dinamarca) y otro con cientos de celdas vacías, una de las economías más pobres de Europa”.
Lo siento, me avergüenzo de estos compañeros de la Unión Europea. Que os vaya bien con la “vieja normalidad”, amigos daneses. Viejísima, diría yo. Extraordinariamente vieja.
(Imagen: Prisión de Gjilan, a 40 kilómetros al sudeste de Prístina, capital de Kosovo, que en 2023 se convertirá “en una suerte de isla penitenciaria danesa a la que serán trasladados 300 presos extranjeros”).