Entre las frases que se muestran en la exposición que se acaba de inaugurar (hoy mismo) en el Museo Nacional de Escultura, destaca ésta de Rayuela: “Lo absoluto viene a ser ese momento en que algo logra su máxima profundidad, su máximo alcance, su máximo sentido, y deja por completo de ser interesante”. Ahí está Cortázar, a tope. Si algo llega a ser perfecto: vaya rollo. La verdad es que la exposición (“Non finito. El arte de lo inacabado”, comisariada por María Bolaños) está fenomenal. Buster Keaton, el Torso Belvedere o los bocetos de Ingres, mano a mano. Pero sobre todo deslumbra, creo yo, el mensaje último que nos deja: Como la vida misma, lo inacabado, lo frustrado, lo siempre movedizo… nos acoge mucho más que lo completo y perfecto. Así somos.
La ciudad de Valladolid, en esto, es una mina. La catedral, a medias. Del “Monumento del Mundo Hispánico al Corazón Sacratísimo del Rey Divino”, solo quedó el cine Cervantes. De la Ciudad Universitaria en la ribera de Leca, únicamente se hizo el edificio del Seminario. De la ciudad militar, el cuartel de San Quintín. Y de la ciudad deportiva, el viejo estadio Zorrilla (ya demolido). Obras que se preveían enormes (ciudades en la ciudad) y que nunca se concluyeron. Pero es que la ciudad es por sí misma y en sí misma una obra siempre inacabada. Por definición.
Precisamente el último libro de Richard Sennett (con P. Sendra), Diseñar el desorden (Alianza, 2021), dedica un capítulo a las “Formas incompletas”. Valorándolas como una de las características esenciales de la ciudad abierta. “La forma incompleta es, sobre todo, una especie de credo creativo”. La hermana, eso sí, con las “narrativas no lineares”, que “tienen la virtud de descubrir y explorar lo inesperado”. Porque, como decíamos, lo incompleto nos abraza y nos permite convivir con múltiples conflictos y disonancias. La vida misma.
Lo paradójico de la incompletitud (existe la palabra incompletitud, lo prometo) es que, siendo deseable, no se puede proponer. De la misma forma en que no es posible diseñar el desorden (qué horror, esos “desórdenes de diseño”), tampoco pueden plantearse, como propósito inicial, obras incompletas. Pues tan solo nos llegan como caprichos del destino (por ejemplo: ese conmovedor retrato de Mabel Rick, pintado por Sorolla en 1920 y exhibido en la exposición, que dejó a medio hacer, cuando se le cayó el pincel de las manos, poco antes de morir: quedó incompleto, sí, pero enormemente turbador).
Y lo curioso es esto: que la exposición que se ha inaugurado hoy, completa, sin duda, tiene el encanto de lo que solo se encuentra abocetado.
(Imagen: Proyecto completo de la catedral de Valladolid, según Chueca Goitia, procedente de wikipedia.org).