La reciente sentencia del Tribunal Supremo que declara “falsos autónomos” a los riders de Glovo ha vuelto a poner de actualidad las condiciones laborales de los más de 7000 repartidores de esta firma en España. El tribunal ha determinado que deben actuar como asalariados y ha abierto así la puerta a que Glovo tenga que pagar requerimientos millonarios a la Seguridad Social. Oportunamente se ha conocido la sentencia cuando el gobierno culmina su proyecto de “ley Rider”, con la que pretende replantear el modelo de las plataformas digitales y controlar la “uberización” del empleo.
Porque lo que está en cuestión es precisamente la pérdida de derechos laborales que implica “la economía gig” (un término que proviene de la época en que los músicos de jazz se ganaban la vida con los bolos, trabajos puntuales, la economía del bolo, trabajadores que saltan de un empleo a otro). El libro de la profesora de la Universidad de Carolina del Norte Alexandrea J. Ravenelle, Precariedad y pérdida de derechos. Historias de la economía gig (Madrid, Alianza, 2020), es tajante en su valoración: un brutal retroceso. Para estudiarlo analiza el conjunto de la economía colaborativa. Es decir, esas empresas que ponen en contacto a particulares con el fin de redistribuir, compartir y reutilizar bienes y servicios. Es cierto que el término es tan general que abarca desde compañías multimillonarias como Airbnb (alquiler de habitaciones) y Uber (servicio de taxi bajo demanda) hasta sitios web gratuitos para el intercambio de bienes duraderos (incluso e.Bay, el mercado de compra-venta de cualquier cosa por internet, que se cita a veces como una de las empresas fundadoras de este concepto).
Hay varias categorías de actividades de la economía colaborativa. Pues por un lado se incluyen actividades de recirculación de bienes (que permiten aminorar los gastos de transacción, de envío, y ofrecen información sobre la reputación de los vendedores). O de incremento del uso de recursos (como Airbnb, que lleva a ganar dinero extra y proporcionan acceso a bienes a precios reducidos). O también de intercambio de servicios (conectan a usuarios y a quienes desean trabajar). Pero no nos engañemos. Con la economía colaborativa “se retuerce y cambia el significado de las palabras. La primera de ellas es, evidentemente, colaborativa. Pues aunque los primeros sitios como Couchsurfing.com y ShareSomeSugar.com no cobraban por su uso, la mayor parte de los sitios actuales sí lo hacen. Los anfitriones de Airbnb no suelen ‘compartir’ su casa o ‘albergar huéspedes’, sino alquilar su vivienda. Los asistentes de TaskRabbit o los chefs de Kitchensurfing no ‘colaboran’ prestando sus servicios, sino que cobran por ello. Del mismo modo, aunque tanto Uber como Lyft dicen que ‘comparten viajes’, cobrar por el transporte en un vehículo privado no es sino un servicio de taxi o de chófer dicho de otra manera”. Y por cierto, el eslogan de Lyft es: “Su amigo con coche”. ¿Amigos desconocidos? Son graciosísimos.
Pero en esta época en la que cada poco aparecen nuevos servicios basados en aplicaciones que se denominan como “el Uber de…” (flores que se entregan en poco tiempo, o el Uber de la lavandería, o el Uber “de la entrega de la marihuana médica”) no fue extraño que en 2016 apareciese “una alternativa inteligente para recoger lo que deja su perro”. Pooper era una plataforma basada en una aplicación que se comprometía a recoger los excrementos del perro en la calle a cambio de una pequeña tarifa mensual. “Los usuarios hacen una foto de las cacas y alguien llega en un Prius y lo recoge por usted”. En realidad era una broma de dos creativos de Los Ángeles. Era simplemente “una obra de arte que satiriza nuestro mundo obsesionado por las aplicaciones, dependiente cada vez más, de la economía gig”. Pero lo sorprendente no fue el éxito que tuvo entre potenciales clientes. Sino entre potenciales “recogedores de caca”.
Porque la economía colaborativa cubre una necesidad real. Hay mucha gente que necesita complementar sus ingresos. Pero si bien cuando irrumpió la economía colaborativa se vio como un paso adelante, una alternativa a la dependencia de las grandes empresas, “la transformación prometida no supone un avance en ningún aspecto. En lugar de ofrecer una salida, la economía colaborativa se ha limitado a aumentar la inseguridad económica y la vulnerabilidad de los trabajadores. Pasan de un trabajo precario a otro, siendo aparentemente sus propios jefes, pero sometidos al capricho de los cambios en las plataformas y a la desactivación”. Los trabajadores “han retrocedido a los tiempos de la industria primitiva, cuando los derechos laborales eran inexistentes, los riesgos, enormes, y estaban sometidos al control de las grandes empresas y de las élites”. Con la uberización, los derechos laborales “están siendo despedazados”.
(Imagen: procedente de fastcompany.com/3062224/this-uber-for-dog-poop-app-is-definitely-fake-sorry-sharing-economy-enthusiasts).