Ha caído en mis manos un bonito libro de Luca Vanzago titulado Breve historia del alma (original de 2009, Bolonia). Lo he consultado con gusto porque el título es fascinante. ¿El alma tiene historia? Realmente es un libro de historia de la filosofía, centrado en un asunto específico. De manera que ya no es tan fascinante. Pero tiene la deferencia de finalizar ofreciendo una serie de conclusiones, lo cual es de agradecer.
Resumo el resumen. Primero, “el concepto de alma está resurgiendo con una fuerza que era insospechable solo unos años atrás”. Es verdad. De parecer agotado, que no decía ya nada, ha vuelto con fuerza a la palestra. El alma está ahí y se habla de ella. Segundo, según Vanzago algunos autores que en el pasado se hicieron famosos por su rechazo de la subjetividad (como Foucault o Derrida) han reabierto, paradójicamente, la cuestión.
También ha habido quien “ha mantenido abierto el filón del concepto de identidad personal”, que alude igualmente al “problema del alma”. E igualmente siguen activas dos vetas que muestran convergencias inesperadas: el psicoanálisis y las neurociencias. Asistimos, en ambos campos, a la publicación de “trabajos de frontera, en los que se busca la confrontación y la hibridación más que la contraposición y la crítica”. E insiste el autor, en el resumen de su investigación, en que el alma “se ha vuelto a ubicar en el centro de la investigación filosófica y de los contactos entre filosofía y ciencia”.
O sea, que el alma está de moda. Pero voy a lo mío. Uno de los asuntos que destaca, al hablar de su resurgimiento en la cultura, es “el fascinante descubrimiento de las neuronas espejo”. Células que, al parecer, “demuestran que el cerebro tampoco es pura materia. Hablar de un espejo significa introducir algo inmaterial en el funcionamiento neuronal”. Qué miedo. Lo reflejado está “afuera” del cerebro.
Este tipo de neuronas fue descubierto en los 90 a partir de investigaciones en monos. Comprobaron cómo algunas neuronas de su cerebro se activaban no sólo cuando realizaban “acciones motoras dirigidas a una meta”; sino, “sorprendentemente, también cuando dicho individuo meramente observaba cómo alguien (otro mono, o un humano) realizaba la misma acción” (Feito). Y a nosotros, como buenos monos que somos, nos sucede algo similar. Estas células parecían reflejar las acciones de otro en el cerebro del observador. Y por eso se llamaron espejo.
¿Cuál es su importancia? Pues que permiten afirmar un vínculo entre las acciones intencionales de uno y la capacidad de comprender las intenciones de otros. Con lo que se disuelve la barrera entre uno mismo y los otros. Un derribo, una disipación esencial para la vida social. Algunos las denominan “neuronas de la empatía”. E incluso hay quien dice que nuestra propensión a la metáfora puede fundamentarse también en estas simpáticas neuronas.
Pero, claro. Cuidado con acabar siendo monos. V.S. Ramachandran, uno de los autores más citados sobre este tema, nos dice que “cualquier mono podría alcanzar el cacahuete, pero sólo un humano, con un sistema de neuronas espejo adecuadamente desarrollado, puede alcanzar las estrellas”. La verdad es que ya me quedo mucho más tranquilo.
(Imagen procedente de https://mindovermuseum.wordpress.com/2013/10/28/monkey-see-monkey-do-a-k-a-mirror-neurons/