Hace unos días recibí un precioso libro de unos amigos, que saben lo que es bueno. Se trata del texto de Nuccio Ordine titulado La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013; original de Milán, del mismo año). Qué cosa más bonita. No lo voy a resumir ni relatar. Pero voy a tomar de él algunos flashes o destellos.
Por ejemplo, cuando habla del “héroe por excelencia de la inutilidad”, don Quijote, en el pasaje que dice lo siguiente: “No es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes”. (La depravada edad nuestra: qué cosa).
O cuando se recuerda la anécdota de Sócrates. Que en las horas en que le preparaban la cicuta, se ejercitaba con una flauta para aprender una melodía (no sabemos cuál). ¿Para qué te servirá?, le decían. Y contestaba: “Para aprender esta melodía antes de morir”. La voluntad de conocimiento de un insolente, está claro.
También es buenísima esta reflexión del superchulo Teófilo Gautier: “Yo, mal que les pese a esos señores, soy de aquellos para quienes lo superfluo es lo necesario. Prefiero las cosas y las personas en razón inversa a los servicios que me puedan prestar. Prefiero a cualquier jarrón que me sea útil, uno que sea chino, sembrado de dragones y mandarines, que no sirve para nada”. Ole.
Pero clarísimamente lo mejor es el mínimo cuento de Foster Wallace: “Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: ‘Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?’. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; y por fin uno de ellos miró al otro y le dijo: ‘¿Qué demonios es el agua?”. El autor amablemente nos lo esclarece: “El sentido inmediato de la historia de los peces no es más que el hecho de que las realidades más obvias, ubicuas e importantes son a menudo las que más cuesta ver y las más difíciles de explicar”.
Cada quien sabrá cuál es su agua. Qué es lo fundamental, lo que nos da la vida y lo que tantas veces ignoramos o no prestamos atención. Nos pasa con las personas (esas que no sabemos que son nuestra agua, nuestro aire, nuestra vida misma). Pero también, por qué no, podría hacerse una consideración parecida con el devenir de las ciudades. ¿Qué es lo que les da el alma, el tono, el vigor, el empuje, y que sin embargo tantas veces se desprecia, de tan barato e inmediato como resulta?
Por eso, ciertamente, si se es demasiado joven (o demasiado inconsciente, o demasiado preso de la soberbia), quizá haya que acabar haciéndose esta pregunta tan tonta, tan sencilla: ¿Pero qué es el agua? Feliz adolescencia.
(Imagen del encabezamiento: David Foster Wallace en 2005. Procedente de https://www.eldiario.es/cultura/libros).