Blog de Manuel Saravia

Papiros contra pergaminos

1. Las noticias.

Leemos en la prensa de hoy (escrita, publicada en papel de imprenta y también en medios digitales): Que Elon Musk cierra la compra de Twitter y despide a los directivos. Que en la recta final de las elecciones de Brasil se ha desatado la “guerra digital” (con fake news e influencers desatados, en medio de un caos informativo). Que TikTok es el buscador preferido de los jóvenes que, además, están medio atontados por el excesivo uso del móvil, según Pérez Reverte. Que varios cortes de cables submarinos aumentan el temor a un sabotaje ruso del Internet europeo, pues Rusia “ya ha dejado señales claras de que los cables submarinos europeos están en sus planes estratégicos”. Que en Gran Bretaña “se dispara el debate sobre la responsabilidad de las redes sociales” en el suicidio de una niña (un tribunal apunta por primera vez a dos tecnológicas: Instagram y Pinterest). Que “el mercado acorrala a Zuckerberg y le deja sin tiempo para construir el metaverso” (acumula una depreciación de 700.000 millones de dólares desde que anunció su intención de apostarlo todo a la realidad virtual). Y muchas más noticias del mismo tema. Y así todos los días.

2. El libro.

El libro de Carlos A. Scolari sobre La guerra de las plataformas (Anagrama, 2022) ofrece una visión general (incluso inmensa) de cómo, desde hace al menos 6.000 años, ha habido plataformas de comunicación que sostenían imperios. Y guerras, también relacionadas con el poder, entre plataformas nuevas y antiguas. El pergamino (de carne) doblegó al papiro (de hierba): un paso “mucho más revolucionario que la aparición de la imprenta”. De forma parecida la escritura de los copistas “sufrió degradación en el burdel de la imprenta” (sí: alguno decía entonces que comparada con la escritura a mano la tipografía era un burdel). Y ya en nuestro milenio (nos saltamos algunos siglos y episodios, como el del cine) una reciente “guerra de plataformas” comenzó a gestarse en el 2000, cuando Facebook se fue a por Google. ¿Y ahora? Hay quien sostiene que la “fuga al futuro” tiene un punto de llegada: la nueva frontera del metaverso. (Concretamente lo sostiene Zuckerberg).

“Si hace dos mil años los Estados se confrontaban construyendo enormes bibliotecas o limitando la circulación del papiro”, hoy las superpotencias están enzarzadas en la lucha tecnológica de las nuevas plataformas digitales. Desde hace 6000 años (cuando nacieron las primeras formas de escritura) diferentes tecnologías, formatos y soportes materiales han competido entre sí por ocupar un lugar dominante en el espacio comunicativo. Disputas entre soportes (papiro contra pergamino), entre modelos de producción radicalmente opuestos (copistas y tipógrafos), luchas entre estándares tecnológicos (Betemax contra VHS, NTSC contra PAL), de un sistema operativo a otro (Macintosh contra Windows, iOS contra Android). Porque, lo repetimos, los sistemas de comunicación están en el centro de los imperios. Y así, en una época en que “el ‘imperio americano’ se ha gobernado a través de Twitter y la invasión de Ucrania se mediatiza en TikTok”, estamos de nuevo inmersos en una serie de conflictos que tienen una dimensión sociopolítica inmensa.

3. Más que algoritmos.

Simplificando (muchísimo), se pueden observar tres posiciones distintas sobre este asunto. La primera, la utópica: las plataformas llevan implícito un futuro de libertad y riqueza inimaginable (o algo así). Otra, mucho más crítica, e incluso, en ocasiones, catastrofista, apocalíptica: son instrumentos de opresión y dominación absoluta. Especialmente por su capacidad de censura y de control (la peor versión del capitalismo de la vigilancia). Y porque, a la vez que ofrecen servicios, hacen “minería” con nuestros datos personales, que los explotan. Nadie lo duda: las corporaciones compiten a escala mundial por nuestros datos. Y muchas de las empresas del universo de las plataformas que nacieron y se promocionaron bajo las revolucionarias banderas de la economía colaborativa se fueron pronto a por el oro de los datos.

Pero hay una tercera posición sobre las plataformas. Que es consciente de lo primero (“sus beneficios a corto plazo son innegables”) y de lo segundo (“la economía digital no está reduciendo la desigualdad e incluso podría estar haciéndola mayor”: Ferran Esteve). Y no se abandona a ninguna de las dos posiciones antedichas. Pues si millones de personas pasamos varias horas al día en plataformas es porque ahí también hallamos en ellas informaciones útiles, contenidos relevantes y experiencias de comunicación que no se encuentran en otros medios. Hoy, “todo aspecto de la vida social es susceptible de ser, en algún sentido, gestionado a través de plataformas mediáticas (…). Son un espacio de construcción social, fábricas de subjetividad donde se expresa todo tipo de tensiones y conflictos. Y si bien es más que respetable plantearse un repliegue (‘me voy de Facebook’, ‘me paso a Telegram’), no parece una solución viable para cientos de millones de usuarios” (Scolari). Es cierto: en ellas también se construyen vínculos sociales.

4. Noticias, libros, algoritmos.

Pues sí: las plataformas mediáticas están aquí, y van a seguir aquí. Pero, como decíamos, en ellas pasan cosas más allá de los algoritmos. Pueden ser muy útiles. Por ejemplo, hay quien propone “integrar en una misma acción la respuesta al ‘colapso climático’ y al ‘colapso social’ producido por los algoritmos y la inteligencia artificial (Benjamin Bratton, contrario tanto a la tecnofobia como al rechazo a la planificación). Porque necesitamos noticias, prensa, periodistas (“Necesitamos más que nunca el periodismo para desbaratar la mentira y el odio”). También más libros. Pues a pesar de que la lectura es casi siempre individual y silenciosa, que requiere concentración y atención, el libro sigue siendo una potente arma para socializar. Pero igualmente necesitamos usar las plataformas. Evitando sus peligros, ese mercadeo criminal con los datos personales, esa hipervigilancia. Pero nos han de servir, ya que (en un comentario algo optimista) se ha dicho que “las redes sociales son peligrosísimas para el poder porque no las pueden controlar a través del capital, como hace con los medios de masas” (de un tuit de IU).

Vimos que a TikTok lo quieren los jóvenes, porque es “rápido, adictivo y entra por los ojos”. Porque “el cerebro es fundamentalmente visual y reacciona muy bien frente a ese tipo de estímulos”. ¿Por qué no contar con ello? Leímos del miedo al sabotaje del Internet europeo. Y si los cables submarinos transportan el 95% del tráfico de datos global, ¿no habrá que potenciar su defensa? Se habló antes de la responsabilidad de las redes sociales en el suicidio de Molly Russell: ¿no coincide ese diagnóstico con lo que dijo Frances Haugen al acusar a Facebook de “bancarrota moral”? (Recordemos: “sus gestores sabían que lo que ofrecen asoma a una porción nada desdeñable de las adolescentes -13%- al vértigo de los pensamientos suicidas y la anorexia”).

Cuando Zuckerberg intenta, con el metaverso, “un salto digital comparable al que supusieron los teléfonos inteligentes”, tenemos que estar alerta. Pero, yo creo, no basta con la oposición frontal y el desprecio ni el uso acrítico o el abrazo. “De modo que -según Harari- lo mejor que podemos hacer es recurrir a nuestros abogados, políticos, filósofos e incluso poetas para que se centren en este misterio: ¿cómo regulamos la propiedad de los datos? Podría muy bien que esta fuera la pregunta más importante de nuestra era”. Está claro: ni arcadias ni apocalipsis: lo que tenemos es muchísimo trabajo por delante, para que no se nos vayan de las manos ni el papiro ni los pergaminos.

(Imagen: La hierba del papiro. Foto de Kurt Stüber, 2004, publicada en wikipedia.org).


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