La valoración de la coherencia, armonía y relación positiva entre todo lo visible viene de lejos. Y en ese sentido también se habla del paisaje urbano, cuando se persigue una buena integración de casas y calles. Una fórmula muy utilizada para conseguir la impresión de unidad ha consistido (desde hace siglos) en construir una arcada continua y uniforme en la planta baja de los distintos edificios, de manera que aunque las plantas superiores hubiese más libertas, los arcos de abajo integraban el conjunto.
Pero para arco integrador que amabiliza todo lo que cubre, nada mejor que el que arco iris, por supuesto. Ya lo sugería Leonardo de Vinci, para conseguir armonía visual en una pintura: “Imita a la Naturaleza, y haz con tu pincel lo mismo que el Sol hace con las nubes al formar el arco iris, cuando los colores caen suavemente uno junto a otro, sin ninguna rigidez en sus límites”. En efecto, la imagen del arco iris, al incluir todos los colores de la luz en un orden estable, se ha tomado reiteradamente como signo de armonía.
Recordemos unos pocos paisajes coronados por el arco iris. El primero, la Ciudad medieval junto a un río (1815), donde Schinkel representaba un ideal de ciudad. El arco es eficaz porque transmite un estado de calma, de concordia después de la tormenta, sobre la ciudad. Pues al fin y al cabo Arcadia y arco nacen de la misma raíz etimológica. El segundo, el Paisaje con arco iris de Rubens: una “paz Rubens”. También gustó del arco iris John Constable, que en 1835 pintó una Vista de la catedral de Salisbury desde la pradera, donde el arco iris aparece como símbolo de la reconciliación con la Naturaleza y armonía universal. O el propio Turner (a quien llamaban “el maestro del arco iris”), que en el Aguacero sobre el lago Buttermere pintó un arco casi blanco.
El arte del paisaje (un término que designa a la vez la realidad y su representación) ha modificado nuestra relación con la Naturaleza. Y nos permite incluso construirla, pues es sabido (desde Oscar Wilde) que es la Naturaleza la que imita al arte, y no al contrario. En cualquier caso, la lectura de la armonía general a través de la armonía visual, que se pretende con el arte del paisaje, con la idea misma del paisaje, es una práctica largamente reiterada. Reduccionista, desde luego. Pero comprensible. Pues, como dijera Kenneth Clark, “a excepción del amor, posiblemente no hay nada capaz de unir a gente de toda clase tanto como el placer de una buena vista”.