Blog de Manuel Saravia

Odio y dolor

La frase, extraordinariamente impactante, es de James Baldwin: «Me imagino que una de las razones por las que las personas se aferran a sus odios tan obstinadamente es porque sienten que, una vez que el odio se haya ido, se verán obligados a lidiar con el dolor». Hoy el odio está de moda. Pero, de la misma forma en que no se ha redactado una buena (o al menos suficiente) historia del amor o de la amistad, tampoco hemos sido capaces de contar con una historia del odio satisfactoria. Freud definía el odio como un estado del yo (“del yo”: cosas de Freud) “que desea destruir la fuente de su infelicidad”. Sí: por ahí va, supongo. Las personas felices no odian. Y quienes odian quieren destruir algo. Porque se sienten heridos.

El Ayuntamiento de Barcelona tiene una entrada en su web que se titula ¿Qué es el discurso del odio? Está muy bien. Aunque diga estas cosas tan tremendas: “Necesitamos ese sentimiento para separarnos de aquello que previamente hemos amado”. Se explica allí cómo se define el odio conforme a la Recomendación nº 15 de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) del Consejo de Europa (2015). Y recuerda que todas las instituciones europeas consideran necesario sancionar los casos más graves de discurso del odio. Sin afectar a la libertad de expresión. Solo cuando inciten a actos de violencia, intimidación, hostilidad o discriminación.

Pero sin llegar a esos extremos, hay otros discursos (otros odios) que contribuyen a crear un clima de intolerancia nefasto para la convivencia. Y nos dicen que para reducir su incidencia es preciso “un esfuerzo conjunto (…) de la administración pública, los medios de comunicación, la academia, las empresas, las entidades, así como de la ciudadanía en general”. O sea: ni idea. Naomi Klein, que incluye la cita de Baldwin para encabezar la segunda parte de su libro Decir no no basta (Paidós, 2017), es mucho más incisiva.

“La justicia es la apariencia que tiene en público el amor. A menudo pienso que el neoliberalismo es la apariencia que tiene en política la ausencia de amor. La apariencia que presenta es la de generaciones de niños, en su inmensa mayoría negros o morenos, criados en medio de un paraje desolado, desatendido. La apariencia de las escuelas infestadas de ratas de Detroit. La apariencia de las tuberías que destilan plomo y envenenan los tiernos cerebros de los niños de Flint. La apariencia de las hipotecas ejecutadas sobre hogares que se edificaron para que se cayeran a pedazos. La apariencia de hospitales donde se mata de hambre a los enfermos y que parecen más bien cárceles, y la de cárceles atestadas que son lo más parecido al infierno que ha hecho la humanidad”. ¿Alguien habla de odio… o de dolor?

(Imagen del encabezamiento: James Baldwin en 1969 -a los 45 años- ante la estatua de Shakespeare. Fotografía de Allan Warren).


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