Al comenzar el año llegaba la noticia de la terrible situación en que se encontraba una pequeña ciudad siria, que desde entonces se hizo conocida: Madaya. En esta pequeña población, de poco más de 4000 habitantes, situada a unos 40 km al noroeste de Damasco, se centraron los medios de comunicación durante algunos días con titulares como estos: “La cercada ciudad siria de Madaya se muere de hambre”; o “Madaya, la ciudad siria de los esqueletos andantes” (Amnistía Internacional). La gente se moría literalmente de hambre, y se escuchaban estos comentarios: “Comemos cada dos días, agua, sal…y hojas de los árboles». Se dificultaba (y en ocasiones se impedía) la llegada de ayuda humanitaria. Y se denunció que tanto el gobierno sirio como los grupos armados “utilizaban el hambre como arma de guerra”.
Después pasaron unos meses en que no hubo nada. Y solo en las últimas semanas hemos vuelto a ver algunas nuevas informaciones de esta ciudad. “Desesperación de niños sirios enfermos en sitiada Madaya”; “New Panic From Outbreak of Meningitis in Madaya ‘Death Town»; “La localidad asediada siria de Madaya teme la meningitis”. Y por último: “Aumentan los intentos de suicidio de niños y jóvenes sirios en Madaya”, según denunció la organización Save the Children.
He intentado encontrar más información de este lugar. No he visto nada que no fuera la repetición en diversos medios de las noticias anteriores. Madaya es una especie de Peñafiel o Tordesillas, en el entorno de Damasco. El mapa físico es interesante, pues la ciudad se encuentra justo en la línea que separa el desierto (al este) y la tierra fértil (al oeste). La imagen de Google es muy expresiva de la tipología urbana, las casas y las calles de la población siria. Y poco más. Probablemente sea un enclave no muy distinto a los demás de su tamaño asediados por la guerra. Quizá haya otros con el mismo sufrimiento, que desconocemos. Pero aquí, desde luego, nos consta el sufrimiento extremo.
Y si nos consta no podemos permanecer inactivos. Tampoco haciendo simplemente ruido. La verdad es que no sé qué se podría hacer. ¿Una declaración unilateral de hermandad? De nada valdría, si no tuviese consecuencias directas e inmediatas. En Ecuador, para paliar los efectos del último terremoto (Pedernales, 2016), probablemente podamos contribuir desde Valladolid con una ayuda específica. Mínima, pero efectiva. ¿Pero aquí? Y sin embargo, como quiera que nos consta el sufrimiento, no podemos permanecer impasibles. Por nuestra condición. Quizá alguno hubiese preferido no saberlo. Pero nos consta.
Alguna vez hemos hablado del significado del rostro “del otro” en Levinas. Un rostro que nos invade sin avisar y que se impone. El rostro desnudo que ruega: “¡No me dejarás morir!” Una “visitación” que tiene la fuerza de un mandamiento, que me hace responsable del otro y su miseria sin preguntar. Hay algunas fotos tremendas del hambre de Madaya. Rostros terribles. No he querido ponerlas en el encabezamiento. No se trata de eso. Quien quiera puede acceder fácilmente a ellas. Están ahí para quien quiera verlas y escuchar su “No me dejarás morir”. Nos consta la veracidad de esas fotos. No sé qué podríamos hacer. Hablaremos con Amnistía Internacional y Save the Children. Porque me consta que algo tendríamos que hacer.
(Imagen: Madaya, en Google Earth).
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