Blog de Manuel Saravia

Metafísica del aperitivo

La verdad es que no engaña a nadie. Pues nada más empezar nos coloca tres citas que explican todo lo que viene después: 1) “Pronto nos daremos cuenta de que lo más importante (es) retroceder un paso y tomar distancia de todo lo que nos ocurre” (Gombrowicz). 2) La verdadera sabiduría consiste en “disfrutar del espectáculo entero del mundo desde su silla”, para un alma “que desconoce la tristeza” (Pessoa). Y la última, 3): “Solo amamos los libros que son caóticos” (Bernhard). Y con ese bagaje de partida se lanza a describir su aperitivo (en solitario), un día cualquiera, en una terraza de París. Con todo lo que ve, lo que oye, lo que siente y lo que piensa. A explicar, anárquicamente, el ritual del aperitivo.

Puedo asegurar que el librito de Stéphan Lévy-Kuentz (Metafísica del aperitivo, Periférica, 2022) no es de metafísica. Pero es muy sugerente. Perfecto para leerlo mientras tomas un aperitivo. Apoyado en sus vinos (varios) y sus cigarrillos (más que varios), desarrolla sus monólogos sin parar, llevándonos a los lectores a mirar hacia dentro y hacia fuera de nosotros mismos, con esa lucidez especial que procura la situación, cuando “aún queda un poco de infinito que rebañar”.

Y te ves, al leerlo, confirmando que, efectivamente, has “pasado de largo esa franja de arena blanca que la infancia te tendía”. Que “hay metáforas que son más reales que la gente que pasa por la calle”. Que “un siglo que ha alumbrado la penicilina y a Fred Astaire no puede ser malo del todo”. Que “ya no reconoces nada de lo que te gustaba antes”. Que te asustan los precios de París (tres vinos, 21 euros). Que probablemente también sea cierto que “la civilización que todavía permite meditaciones divagantes en las terrazas de los cafés parece amenazada por la aparición de un orden moral represivo, incluso coercitivo, despojado de toda fantasía”. Que te interesan los transeúntes que se apresuran, “como los libros cerrados, hacia destinos misteriosos que tal vez ni siquiera hayan previsto”. Que “tu sosiego transitorio aprovecha para arbitrar un cara a cara entre lo que te resta de energía y esas fantasías moribundas que no se dan por vencidas hasta el último momento, salvo las de ganar Roland-Garros, entrar en la Pléiade o casarte con Audrey Hepburn”.

Y así, “mientras escudriñas la materia vagamente lunar de la ceniza de tu cigarrillo”, te rindes a la evidencia: “el recuerdo permanece inoxidable hasta que el cerebro se oxida”. Y entonces, “repantingado con estilo” (antes muerta que sencilla), “escuchas el murmullo imperceptible de las golondrinas, ese que de niño te electrizaba el cuerpo”. Y así todo.

(Imagen: upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/. Foto de Veruschka von Lehndorff en el Café Cadore, en Leopoldstrasse. No en París, sino en Munich, 1960. Procedente de los fondos del Museo de la Ciudad de Munich).


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