En la mañana de ayer, en la sesión de investidura del nuevo Ayuntamiento de Valladolid, todos los discursos abogaban por el diálogo y el consenso, evitando el tono bronco de los últimos años. Óscar Puente lo dijo explícitamente: había que procurar «un mejor tono y más diálogo». Y como sucede tantas veces, hay quien entiende que ese buen tono ha de venir de recoger, sin más, los proyectos «de la gente». Martín Fernández Antolín (Cs) planteaba trabajar “junto a los vecinos y frente a usted” (al alcalde, por supuesto), si no se asumía lo que aquéllos planteaban. Pilar del Olmo (PP) esperaba que los «vecinos y vecinas tengan un proyecto común”. Y Javier García (Vox) esperaba que se trabajase “lejos de sectarismos, de clientelismos”. En todos estos casos se daba a entender (o así lo entendí) que existen algunas propuestas vecinales claras que deberían asumirse. Pero las cosas no suelen ser tan sencillas. Pues no hay, en general, proyectos políticos de la población que «los políticos» deban hacer suyos, sin más problema. Ojalá fuese tan fácil. Pedro Herrero (PSOE) recordaba, por de pronto, «la naturaleza plural y diversa de nuestra sociedad”.
No creo que esté de más insistir en la muy frecuente posibilidad de conflicto entre distintos grupos y diferentes prácticas sociales. Y el valor que tiene. “Pretender un espacio público sin conflicto es una contradicción, ya que su naturaleza democrática lo convierte en un lugar de rivalidad en el que hay que negociar constantemente los significados y usos que se ponen en juego” (Mikel Aramburu). La pretensión de que un consenso racional sobre cualquier cuestión podría ser alcanzado a través de un diálogo exento de distorsiones (y de toda pasión) sólo es posible “al precio de negar el irreductible elemento de antagonismo presente en las relaciones sociales” (Chantal Mouffe, El retorno de lo político). A veces se supone que los intereses de los individuos y los grupos son en definitiva los mismos; que finalmente se armonizarán espontáneamente. Pero no suele ser así.
Se ha dicho que sin conflicto podrá quizá haber orden; pero en ocasiones no habrá justicia. Precisamente la gran aportación de la política democrática es que no escamotea el conflicto, sino que lo canaliza para evitar la arbitrariedad. Que no pretende erradicar el poder (lo que sería sospechoso), sino proporcionar espacios adecuados para un ejercicio efectivo de la discusión pública, para favorecer un pluralismo posible. La recuperación de la política no es, no puede ser, la sustracción o encubrimiento del conflicto. Y hay que insistir en la política. En una política que reconozca el conflicto personal o colectivo; y que plantee la discusión especialmente allí donde la vida es dura y la ciudad no hace concesiones. Y por eso, con esa premisa de partida, como también dijo María Sánchez (VTLP) en la misma sesión de ayer, hay que hablar, sin tregua, «con los vecinos en los barrios, con todos los colectivos y entidades, dedicando todas las horas del día, cueste lo que cueste”.
(Foto: Una imagen del Pleno del 15 de junio de 2019. Gaspar Francés, Último Cero).