1. Un tuit. Veamos un tuit de Rocío Monasterio de antesdeayer: “El dinero de los trabajadores no puede dilapidarse de esta forma (…). Es obsceno”. ¿Obsceno? Se refiere (oh, sorpresa) a la “memoria histórica” y a la “igualdad de género”. Pero, ¿por qué puede considerarlo obsceno, en lugar de injusto, ilícito, inaceptable…? No sé. Aunque lo cierto es que en los últimos años el uso de esa palabra en el debate político se ha multiplicado. Por todo el mundo y para todo.
2. Una palabra. Igea nos decía hace poco que la moción de censura de Castilla y León del pasado marzo era obscena (propia del “obsceno juego político”). Lo mismo que Faes, años atrás, nos advertía de que lo verdaderamente obsceno era “el tripartito”. Que un claro “ejemplo de obscenidad” lo ofrecía María Teresa Fernández de la Vega al afirmar “que catalán y valenciano son la misma lengua”. Rubén Amón escribía un artículo en El Confidencial titulado “Partido Socialista Obsceno Español”. Y otro en El País sobre “El crimen de Laura y la obscenidad política” (está claro que le encanta el término). Amando de Miguel se refería a “la obscenidad del poder político”. Y Arcadi Espada atacaba a “un gobierno obsceno” (como ven, voy seleccionando articulistas de fuste). En La Razón se recriminaba “el obsceno espectáculo de Sánchez y Casado” por el Consejo General del Poder Judicial. Y en ABC se hablaba del “obsceno y machista gag sobre Ayuso en TV3”.
Vox consideró obscena la foto de Casado con la pala, retirando nieve. Zarzalejos hablaba de “la obscena coreografía del desgobierno” (tras la reunión de Sánchez y Ayuso en septiembre). Y Villacís, por su parte, tildaba de obsceno que “un ayuntamiento con superávit no bajara impuestos”. Pero no solo se utiliza el término en la derecha. Mónica García calificó de “obsceno e impúdico” el agradecimiento de Ayuso al Corte Inglés (por Filomena). Hernández Vara consideró igualmente obsceno “que los políticos asistan a celebraciones mientras se acumulan los contagios”, Y a García Page, por último, le resultaba obsceno que hubiese tenido que “adoptar decisiones duras (…) mientras en algunas regiones van presumiendo con no sé qué recortes». Resumen: la palabra obsceno se usa muchísimo y vale para muchísimas cosas.
3. Una definición. Y sin embargo, aunque cueste definirla con precisión (así lo reconocen los especialistas), no estaría mal utilizarla con cierta propiedad. De manera que, aunque por extensión pudiera considerarse obscena cualquier expresión (palabras, imágenes, acciones) que se quiera presentar como asquerosa o repulsiva; lo propio, las verdaderamente obscenas son las expresiones que ofenden a la moral sexual o provocan repugnancia cierta. Nauseabundas. Decir de algo al margen de esos ámbitos que es obsceno pretende, según creo, aprovechar esa idea de asquerosidad para enfatizar su repulsión. Quizá Rocío Monasterio quería sugerir, al usar ese término, que la “memoria histórica” y la “igualdad de género” son asuntos asquerosos. Pornográficos. Quizá concupiscentes (si supiéramos lo que significa eso). No sé.
4. Un libro. El último libro de Maddalena Mazzocut-Mis (El sentido del límite. El dolor, el exceso, lo obsceno, Madrid, Abada, 2021) puede darnos alguna pista de por qué este uso tan intenso de la palabra. Recojo tres o cuatro cosas. Por un lado, que el asco, nos dice, no es un “antivalor”. Que no es el mal (no es Pablo Iglesias), sino que más bien parece un rechazo que tiene lugar en una lógica de las sensaciones: la podredumbre, la repugnancia ligada a excrecencias y descomposición, etc. Pero que una vez convertido en arte, todo parece soportable. Que en ese mismo proceso de transformación artística cuesta “sentir al otro en nosotros” (Boella). “El arte tiene ese cometido: hacer que agraden los males del hombre (…) Permite contemplar la desdicha, el dolor, la muerte, incluso el asco, y gozar de ello”. Porque en la pintura, por ejemplo, cuando el asco afecta solo a uno de los componentes del cuadro, la representación puede acabar pareciéndonos “un bello conjunto, un todo tan bello” que hace la escena soportable (lo decía Diderot). Que siendo únicamente espectadores, todo cambia. Porque “durante la representación del horror, el espectador se pone a distancia”. Quedamos “en la orilla, a resguardo”. Y en ese lugar puede disfrutarse “el placer del límite”. Lo repelente parece una frontera “franqueable”. Y no solo. Parece también que un gusto estético que se tomaba como depravado reemplazó, desde hace un par de siglos, al buen gusto. Lo soportable, en la estética, aumenta sin cesar. Todo parece digerible.
5. Una perspectiva. “Estamos en tiempos de grandes batallas”. Del “comunismo o libertad” hemos pasado al “fascismo o democracia”. Vivimos, es verdad, un cambio radical en el que la extrema derecha trata de “imponer un marco institucional que mantenga sus privilegios” (Albert Recio) en un periodo nuevo, que se anuncia difícil. Quizá una nueva crisis de la deuda, una crisis energética profunda, o sanitaria, o incluso un sistema internacional reformulado. Y en ese contexto la política apunta, cada día más, hacia el espectáculo. Porque resulta funcional a algunos grupos que no quieren contrastar planteamientos. Que más bien procuran explotar temores y miedos, malestares y frustraciones. Es necesario hacer frente a la ultraderecha “sin complejos”, autorreferencial, “porque me da la gana”. Frente a lo nacional, lo nuestro, el ¿qué han hecho por mí?, y toda clase de supuestos agravios. Hay que evitar confundir el debate político con el estético, admitir el dolor y el exceso como parte del cuadro, eludir que se normalicen los discursos del odio, “porque pervierten el acto mismo de pensar” (Marga Ferré). Confiar en que las democracias europeas “están tan consolidadas que no podrán arrollarlas los enemigos de las libertades” es suicida.
6. Un vómito. Por eso hay que enfrentar los discursos, y evitar el mal uso de las palabras. Llenar la escena de palabras gruesas, impactantes, deteriora la atención al fondo de los asuntos que se debaten. Y eso sucede con la palabra obscenidad. De todo el arsenal de ejemplos que recogimos más arriba, creo que en ningún caso es apropiado su uso. Pues todo se puede decir mejor con términos menos teatrales, menos viscerales. Casi nada era obsceno. La moción de censura le parecería fatal al Sr. Igea. Pero no era obscena. Si quiere… ¿injusta? El tripartito (el malo, el catalán; no el de PP, Vox y C’s), suponía para Faes una… ¿deslealtad? La afirmación de Fernández de la Vega… ¿un error filológico? El PSOE no sería obsceno (la O viene de “obrero”, señor Amón), sino que habría quedado, si se quiere, “eternamente desprestigiado”. El espectáculo de Sánchez y Casado por el CGPJ podría verse como ¿anticonstitucional? Y el gag sobre Ayuso ¿inadmisible? Pero, de verdad, ¿da igual que todo ello se considerase obsceno?
Creo que no. Pienso que un término tan vivo y vehemente ha de utilizarse con propiedad. Y reservarlo para los hechos que puedan asociarse a lo podrido…. Y creo que en los últimos tiempos solo una expresión del debate político puede considerarse verdaderamente obscena: el cartel de Vox sobre los 269 menores extranjeros no acompañados de Madrid. ¿No se quieren pudrir con él las bases de la democracia, de la convivencia? ¿No atenta al fondo mismo de la fraternidad despreciar a un grupo de menores y responsabilizarlos del malestar o la inseguridad? Creo que ese cartel sí es obsceno. Verdaderamente obsceno. Que causa repulsión moral. Que induce el vómito.
(Imagen procedente de parainmigrantes.info/wp-content/uploads/2009/11/menores)