Blog de Manuel Saravia

La ciudad se abre como una carta

En el encierro, que permite recuerdos, puede leerse lo que algunos dijeron hace tiempo de las casas, las calles y la ciudad. Porque se ven ahora de una forma completamente nueva. Desde las habitaciones que constituyen estos días, más que nunca, “un paisaje de paredes que respiran” (Amalia Iglesias). Con las cosas que nos acompañan con ternura: “Al abrigo de los inútiles objetos / inevitablemente cotidianos / existe todo un mundo no sabido de ternura” (Martí i Pol). Un mundo en calma: “¡Qué quietas están las cosas! Y qué bien se está con ellas” (Juan Ramón Jiménez).

Donde, si la persiana no está completamente cerrada, “se abren treinta y siete horizontes rectos” (Gabriel Ferrater). Un lugar que puede ser muy dulce. Porque nada hay “que sea tan dulce como una habitación / para dos, si es tuya y mía” (Gil de Biedma). Que nos guarda sorpresas: “Un rayo de sol ha quedado encerrado / en el rellano de la escalera” (Jorge Teillier). Cuando en el patio de luces, entre la ropa tendida que aletea (“ropa tendida, fantasma inocuo que el viento echa a volar”: Octavio Paz), se buscan otros rostros: “Siempre por el patio asomas / a buscar el rostro de alguien” (Teillier).

Las calles, que son penínsulas (“con una mitad unida a tierra firme, la otra mirando al océano”), desaguan en el mar. “El mar se cuela de noche por agujeros de cerraduras, por debajo y por encima de puertas y ventanas” (Neruda). Su destino es el cielo: “calles a cielos abocadas” (Guillén). Y corren hacia la noche: “Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche” (Xavier Villaurrutia). Hoy las vemos despacio, colmadas de detalles: “Te has de ir por esas calles, / las calles de la ciudad, / a poblar tu soledad / de pretéritos detalles” (Horacio Rega). Con farolas somnolientas (“Se duermen las farolas”: Tsvetáieva), tantas veces construidas con “la rosada carne del ladrillo” (José Mª Souvirón).

Porque ahora la ciudad se muestra como nunca abierta. “Y la ciudad se abre como una carta / para decirnos la sorpresa de sus calles” (Norah Lange). Y pronto, para volver a ella, solo tendremos que empujar la puerta. Porque la puerta es la vida: “Para entrar en la vida basta una puerta” (Blanca Varela). Y entonces “volveremos a la calle a mirar transeúntes”, como escribió Pavese. Hoy nadie las pasea, pero muy pronto se llenarán de nuevo. “¡Qué júbilo profundo, hasta que estalle / tu dolor, cuando al fin de tantas cosas / te encuentres nuevamente con la calle!” (Horacio Rega).

(Imagen del encabezamiento: procedente de sortiraparis.com/actualites/a-paris/articles/212150-coronavirus-quand-paris-se-vide).

 


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