No es un título original. En 1996 Bernard Sichère publicó un libro titulado precisamente así: Historias del mal (ed. Gedisa), con una tesis curiosa: “Estamos perdiendo nuestra sensibilidad al mal”. Porque “solo cierto modo de contemplar de cara el mal para transponerlo mejor en discurso puede sustraernos a la banalización y abrirnos a la libertad” (Kristeva). Y distinguía tres formas del mal: “la barbarie colectiva extrema, la criminalidad individual y la delincuencia, fuerzas de desunión que trabajan en el seno del cuerpo social”. En lo que respecta al primer punto, “parece poco discutible que se haya encontrado en el nazismo la forma casi químicamente ‘pura’ de un mal radical”. Y recordaba, por último, que lo inhumano es posible siempre, ya que “cada hombre lleva en sí mismo lo peor como una posibilidad atroz”.
Pero para escribir sobre el mal no es necesario hablar de filosofía. “El mal existe. Claro que existe”. Y si no siempre es fácil de definir, “y mucho menos de identificar, quizá sea porque con frecuencia, pese a ser trágico, no es serio” (Daniel López Valle, H.Ex., Blackie Books, 2022). Ahí lo tenemos: muchas veces no es serio. Lo cual puede apreciarse bien “al detenernos en el nacimiento del mal, de cualquier mal”. No es necesario hablar únicamente de su banalidad. Sino también de su bufonada.
Ya que “ahí, cuando las atrocidades aún no han estallado, cuando los nombres que las protagonizan aún pueden ser pronunciados sin un temblor de labios, es cuando vemos hasta qué punto el terror puede nacer de los personajes y las historias más delirantes, caprichosos y esperpénticos”. Y López Valle nos recordaba, para apoyar su tesis anterior (en el capítulo sobre “La chispa del mal”), la patética historia del capitán Karl Mayr enviando a Adolf Hitler a una reunión casi de trámite, en una cervecería de Múnich, de un partido insignificante. Una reunión que estaría en el origen del nazismo. Mayr, de esa forma, “facilitó el nacimiento del mal casi sin querer”, en un proceso “tan absurdo y ridículo que nos da miedo”.
Porque a veces se facilita, sin querer y sin saber, el nacimiento del mal. No deberíamos resistirnos “a aceptar la casualidad y el factor humano como principio de acción de los grandes acontecimientos”. El caos, la estupidez, la vanidad y las bajas pasiones “pueden condicionar el curso de las cosas”. Y por eso no está de más desconfiar de esos movimientos que parecen nimios, pero que apuntan hacia lo peor, y que podrían poner en marcha el despliegue monstruoso del mal.
Hay tantas anécdotas hoy… Quizá una declaración fuera de lugar, un viaje más o menos iniciático, un bonito libro premonitorio, una invitación extemporánea a la guerra, un gesto “de rebeldía”, un recurso judicial alucinante, una política “de patio de colegio”, un tuit sangrante, alguna carnavalada, un ataque machista desde el poder público, una burla desde el escaño, iniciar un discurso en italiano, abrir el pecho sin venir a cuento, un reto destemplado. La agresión a un reportero del ‘Ostthüringer Zeitung’. Una reunión, por qué no, en una cervecería. Quizá también un acuerdo de gobierno. Porque esto era lo que decía hace bien poco Rosa Valdeón: «Andaba Mañueco preocupado por cómo presentar un balance de seis meses de Gobierno en Castilla y León y es fácil: ha conseguido traernos el fascismo. Gracias».
Las historias del mal (no de buenos y malos, que no va de eso, sino del mal como barbarie colectiva) siempre empiezan en asuntos nimios, menores, triviales, que se dejan crecer con indiferencia. Y desde luego, no vamos a recelar de todo. Pero tampoco deberíamos dejar de recelar.
(Imagen del encabezamiento: Edificio en que se encontraba la cervecería Sterneckerbräu de Múnich. Procedente de alemanianazi.com/sterneckerbrau).