Tras el naufragio, muy cerca de las costas de Crotona (Calabria), el pasado 26 de febrero, de una pobre barcaza de madera que venía de Turquía con 180 migrantes, en el que murieron al menos 70 personas (la última encontrada: un niño afgano de 3 años), solo un alto cargo del Estado italiano acudió a la capilla ardiente: el presidente Sergio Mattarella. Fue allí el pasado jueves para rendir homenaje a los fallecidos en el mar, y para reunirse con sus familiares. En el polideportivo de esa pequeña ciudad (donde se instalaron los féretros) mantuvo una reunión privada con los familiares de las víctimas. Ninguna otra autoridad del Estado se acercó allí. Haciendo gala de un talante cobarde, inhumano y vergonzoso, prefirieron quedarse en casa. Ni siquiera se acercó el ministro de Interior, Matteo Piantedosi (muy próximo al ultraderechista Matteo Salvini, vicepresidente del Gobierno), que seguramente tenía asuntos más urgentes. Son así.
Sergio Mattarella es el presidente de la República italiana tras un difícil proceso. Funcionario público “bastante desconocido y gris” (en fin, qué cosas hay que leer), es experto en Derecho Constitucional. Con 81 años, este anciano palermitano es presidente por elección, y no por descender de reyes ni por su preciosa sangre azul. Vivió directamente, en 1980, el asesinato, a manos de la mafia, de su hermano Piersanti. Sostuvo la cabeza de su hermano moribundo en su regazo, y en ese momento decidió entrar en política. Todo gris. “Es amable y moderado, pero también muy testarudo”. Y desde luego sabe dónde está. “Siempre ha mostrado su profundo respeto a la Constitución”, nos dice Leoluca Orlando, alcalde de Palermo. Es uno de los nuestros. Grises. Con las víctimas del naufragio.
(Imagen: Mattarella en la capilla ardiente. Procedente de expresolatino.net).