Recientemente se ha publicado la traducción española del libro de Judith N. Shklar Después de la utopía. El declive de la fe política (Madrid, La Balsa de la Medusa, 2020). Es un libro de juventud de hace ya varias décadas, de 1957, pero muchos de los temas que trata, aunque se debatan (obviamente) con los pensadores de aquellos años, resultan de actualidad. Los capítulos son expresivos: “La conciencia infeliz en la sociedad”, “el romanticismo de la derrota”, “el fin del radicalismo”. Y la conclusión: “El estancamiento del pensamiento político”. Tradicionalmente, dice, “la teoría política ha dado vueltas en torno a dos polos, la idea de poder y la idea de justicia”. Y propugna “un escepticismo razonado”, como “la actitud más sana para el presente. Pues hasta el escepticismo es políticamente más sólido y empíricamente más justificable que el desaliento y el fatalismo cultural”.
Shklar, nacida en Letonia en 1928, fue catedrática de Harvard, donde vivió hasta su temprana muerte, en 1992. En los últimos años publicó sus libros más conocidos. El ensayo breve titulado El liberalismo del miedo (1989), y Rostros de la injusticia (1990). Su manera de abordar la realidad política es muy atractiva. Porque no pretende tanto conseguir la justicia como eliminar la injusticia. No es lo mismo. Pues aunque en matemáticas dos menos es un más, en política y en la vida no tiene nada que ver. Según decía, la modesta función de la política ha de ser, fundamentalmente, el «control de daños». El objetivo no sería tanto promover situaciones deseables como impedir situaciones condenables. Especialmente las que afectan a personas en situación de vulnerabilidad. Algo tan sencillo como “evitar el sufrimiento”. Y evitar el miedo y el “miedo al miedo mismo”. Porque “la condición de posibilidad de la libertad es la ausencia de temores, y estos solo pueden ser superados mediante un orden institucional jurídico y político adecuado” (lo comenta Fernando Vallespín en el prólogo a “Los rostros…”).
Todo lo cual no tiene tanto que ver con la esperanza como con la memoria. En unos tiempos en que la teoría política se dedicaba a levantar grandes construcciones sobre lo que había de ser un régimen justo desde la perspectiva de la razón, Shklar dijo: «No, lo que hay que ver es cómo percibimos lo injusto». Pues es cierto que nuestra visión de lo que ha de ser “un régimen justo desde la perspectiva de la razón” quizá no sea compartida. Pero sí lo es, sin duda, que nadie quiere que lo torturen o humillen. Por eso ha de propugnarse, decía, como talante básico, esencial, una actitud activa y combativa ante la injusticia. Porque “nuestro conformismo e indiferencia nos convierten en cómplices”.
(Foto: Judith Shklar, en informador.mx/cultura).